España eres tú y aún no lo sabes
Abundan los relatos épicos sobre la fundación y cristalización de los grandes estados nación de Occidente, entre los que se sitúa España. Eran épocas que exigían hazañas y conquistas de acero, sacrificios sin par, lenguajes hinchados y culto a valores un tanto amedrentadores. Hoy, sometidos al dictado de efímeras tendencias sobredimensionadas, a la disolución de un sujeto veleta en una sociedad de obsolescencia programada, la política se refugia en las identidades o gestiona algunos bienes públicos insustituibles, teniendo en cuenta la existencia de fallos de mercado de manual.
Ni la política ni el futuro son lo que eran. En momentos de gran vacío emocional hay enganchados a un nacionalismo fragmentador que les otorga una mística colectiva, un subidón de chovinismo y “hecho diferencial”, que en la práctica son privilegios y alejamiento total de un proyecto común. Vociferan descalificaciones de “intolerancia” y “fascista” a la idea constitucionalista de España, cuando ésta ha permitido grandes libertades, avanzar en progresos civiles y libres expresiones.
Se arruina lo mejor de esas partes integrantes de la pluralidad española: su ensayo de mestizaje ibérico tolerante y abierto en una sociedad dinámica y de vanguardia, su cosmopolitismo y renuncia a “asaltar el cielo” desde cerrazones. No están en boga ser “la locomotora de España”, Cambó ni el “seny”. Pareciera que no hubiera más España que la que está encapsulada en la fórmula ya periclitada del “Estado de las autonomías”. Lo otro –dicen– suena a “una, grande y libre”. La construcción europea es el límite al desmembramiento de España, ya muy federalizada. Se ha cumplido con una normalidad democrática homologable, con los sueños parlamentarios acariciados por algunos regeneracionistas, liberales y socialistas: España es líder en algunos campos avanzados –a pesar de las desigualdades y el problema territorial–. Hay una fuerte cultura profesional exportadora de talento, aportando a otras economías; numerosas y activas asociaciones culturales, feministas, humanitarias, derechos sociales con lagunas, escuelas de arte y de negocios, cambios vertiginosos. Nuestras vidas en tránsito se nutren de infinitos datos diarios, universos simbólicos globalizados. Respiramos lugares anónimos y serializados repletos de objetos de identidad transcultural. En la España diaria –trabajo, escuela, despensa y hospital– lo relevante deben ser las personas. Mi memoria de país tiene algo de “Callejón del Gato” con espejos deformantes, kitsch y restos de una “España eterna” de hitos y momentos agridulces.
José Luis López Tamargo
Oviedo
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