A dos velas

19 de Diciembre del 2017 - Francisco Fernández Marqués (Gijón)

Llega el invierno y de nuevo tendremos que asistir a la trágica muerte de esa anciana quemada en un domicilio iluminado por dos velas. Una tragedia que ya es todo un clásico navideño, como el turrón, el sorteo de la lotería o las campanadas de Fin de Año. Detrás de la mal llamada “pobreza energética” está el negocio de las eléctricas, recordándonos, una vez más, que ninguna necesidad básica del ser humano debería de ser objeto de especulación, que el interés general no debería poder hincarle el diente el negocio privado.

Un país que convierte a la pobreza en enfermedad mortal es un país mortalmente enfermo. “Estar a dos velas” se hace literal sin perder su sentido metafórico: dos velas que radiografían esta sociedad, alumbrando sus rincones más sombríos, como dos faros en la noche de un mundo que ha perdido la luz de la decencia.

El Dios de la codicia exige el ritual sacrificio de sus víctimas. Frente a la escenografía obscena de la revista “Forbes”, contra la oscura liturgia del Ibex 35, la verdad conmovedora de esta anciana emerge, incontestable, como un río de agua límpida que arrastra la mierda del ruido y la mentira.

Uno piensa que esa anciana es siempre la misma, repetida, una viejecita que vuelve cada Navidad para inmolarse religiosamente en la hoguera de las vanidades financieras, y expiar así nuestra indiferencia, ocupados como estamos en el diario afán de banales espejismos. Esa vieja que muere calcinada esta Navidad, en la soledad de una vivienda con la luz cortada, en una ciudad engalanada de luces y villancicos, explica el estado de la nación con el rigor que no llegan a alcanzar las gélidas estadísticas, con la veracidad que los interesados gráficos tratan de esconder, con la claridad que la charlatanería de los diputados oculta. Una anciana que quizá no sabe dónde está Panamá, que nunca estuvo en Suiza, ni tampoco en Gibraltar, ajena a éstos y otros paraísos, pero que conoce muy bien el infierno cotidiano.

Una anciana ha muerto, rodeada de llamas de soledad y de silencio.

Altiva, vana, indiferente, en la ventana del vecino ondea una bandera.

Francisco Fernández Marqués

Gijón

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