«Navidad» es Navidad
Una historia antigua y siempre nueva. No es fácil acordarse de su sentido, de sus líneas, de su relato. Ni siquiera de su protagonista. No es fácil porque nos la han maquillado de espumillón, nos la han envuelto con vistoso papel de regalo. Disfrazada de consumismo, nos la han empapado en champán. No es fácil ni tampoco cómodo. Porque pensar en su significado verdadero supone asumir que, mientras cantamos villancicos (o éxitos pop) y comemos turrón (ya, del de chocolate), habrá quien pase la noche tiritando, en un cajero; en el hospital, luchando contra la infatigable enfermedad; en su casa, solo y triste, rodeado de los álbumes de una vida enlatada en fotografías; o tal vez encerrado entre las paredes de las ausencias demasiado rotundas, de las nostalgias con cuyo defecto somos, de las carencias, de los deseos y las esperanzas... de las ilusiones, quizá aún latentes, a veces completamente apagadas.
Quien la recuerda, quien la vive, quien la paladea, sin embargo, no se queda indiferente. Ante nuestros ojos se representa la humana actualidad de una familia, sacada de su casa, puesta en camino, sin techo ni recursos. Ella embarazada. Estos dos, este hombre y esta mujer, no comprenden lo que pasa por su vida, pero se fían y confían. En su camino se cruzan los más pobres del lugar, de todo excluidos. A ellos los sacan de su sueño, de su faena -de entre sus ovejas-, para encontrar algo mejor. También escuchan la llamada unos intelectuales, venidos de lejos en busca de respuestas, que siguiendo los signos de los tiempos acaban por hallar un método, un faro y un sentido. Hay lavanderas, un molinero, unos soldados. La que lleva el caldero recién sacado del pozo, un leñador, un alfarero, una posada que cierra sus puertas y cuelga el cartel de «completo». Pero tampoco son pocos los que ni entienden ni comparten lo que pasa. Al menos se recuerda el nombre de uno, que resulta que era rey del lugar, apodado «el Grande». Hoy también pueden reconocerse Herodes en aquellos que, viendo sus seguridades peligrar, combaten al ajeno, enarbolan espadas y alzan muros.
Eran otros tiempos, pero nada ha cambiado. La fe, el abandono, la pobreza, el orgullo, la búsqueda, el encuentro, la promesa, su cumplimiento. Una historia muy humana. Una historia que sabe a nosotros. Y aunque la de hoy, es una Navidad más mundana que otra cosa, no podemos dejarla. Con todo el corazón, superémosla y enraicémosla de nuevo en la base de aquello que le da sentido, aquello que es la melodía que sonó entonces y que resuena ahora, la melodía con que se compone toda música de hechura humana: el amor.
Enraicémosla, pues, en el amor. Feliz Navidad, «feliz no-cualquier-fiesta», feliz fiesta de que, a pesar de todo, seguimos amando y dejándonos amar.
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