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El profesor Camón Aznar y Soto de Luiña

27 de Diciembre del 2017 - Antonio Parra (Cudillero)

Está a la entrada del pueblo de Soto de Luiña una casa de indiano herencia de su mujer. Le da sombra un abeto centenario, que yo creo que es un crecal. Era un amante de Asturias aunque él era aragonés, y pasaba en esta mansión buenas temporadas cuando jubilose. Aparte de profesor de Arte era un eximio escritor, muy influenciado por el mundo mozárabe, una idea que le inculcó Sánchez de Albornoz, que fue profesor de Historia en la Universidad de Oviedo durante la República. Acabo de leer una de sus novelas.

Cosa cierta es que los seres humanos tenemos una querencia espiritual y afinidades misteriosas que nos conducen por una vereda determinada, por unos derroteros tan diversos e inextricables como pueden ser la transmigración de las almas, las coincidencias en los paisajes, la comunión estética o la participación en unos mismos afanes políticos. Hay que hablar de la polaridad, de la atracción de los cuerpos pero también se da un irrefutable magnetismo entre las almas. Al entrar aquí habría que explayarse en tratar todos esos vértices esotéricos que no explican del todo pero que en cierta manera coadyuvan a vislumbrar algo del misterio del cristianismo, la más verdadera de todas las creencias y la más perfecta dentro del piélago de dioses falsos a los que la humanidad adoró siempre.

Se nos ofrece pues una metempsicosis intelectiva que nos instala en un grupo o en una capilla específica, pero nuestros maestros, nuestros profesores marcan las almas. Ellos fueron la antorcha que guía y su voz resuena en nosotros de por vida porque los ecos de su voz no conseguirá extinguir la muerte.

Camón Aznar fue profesor mío de Arte, recuerdo con fruición y embeleso aquellas clases en la Facultad de Filosofía complutense de ladrillo rojo y de planta funcional en los inicios de la década prodigiosa de los sesenta. El aula donde impartía cátedra este aragonés con aires de despiste nacional daba vistas a la Sierra de Guadarrama y la diafanidad toda de Madrid envolviéndonos, cobija de amor y de sabiduría, esa luz cruda y entusiasmada, aires cortantes de cuchillo, ese viento de Madrid que mata un hombre y no apaga un candil que tanto miedo en el cuerpo le metía a Clarín, al que hoy recuerdo a los cien años de su muerte, se nos fue un día de Corpus de 1901, y un mal aire que se le coló de rondón por la barriga, un mal aire de Madrid, acaso un berrinche, se lo llevó a tumba en Oviedo una mañana en que cantaba el raitán en su pomarada. También Clarín ha sido en literatura mi parangón. Su prosa calada de belleza encuentra un eco en la de este aragonés trasmontano y cuya trayectoria vital tanto tiene que ver con Asturias.

Siempre que bajo a San Martín poso en la tienda de mi amigo M. Méndez Vigo, el hábil Manolín con sus manos que todo lo componen y cualquier artilugio reparan, perito en amistad y sobre todo gran ingeniero del alma, que está frente por frente de la casona que tenía Camón en ese valle de Luiña cuyos paisajes saltan a sus páginas porque se enredaron en sus sueños porque también a él Asturias se le coló de rondón en el alma con la magia indeleble del “culiebre” y quedó prendido de la canción de los labios de una xana.

Es una casa de planta moderna de tres pisos, galerías acristaladas. Palmera real da escolta a su antojana y de estilo funcional. Cupiera suponer que uno de los hombres que más sabían de arte románico y mejor lo explicaron habitase una de aquellas casas blasonadas con portón y estragal, balcones corridos, hastial de piedra que se dan tanto en el país, los que describieron nuestros clásicos del XIX. Pero no; prefirió la modernidad y el confort indiano.

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