RIP RAE

27 de Diciembre del 2017 - Fernando Martínez Álvarez (Grado)

La RAE roe el idioma.

Dicho así, a boca de trabuco, tal vez pudiera parecer una inconveniencia o, al menos, una exageración. Pero no lo figurará tanto si miramos las últimas incorporaciones a nuestro diccionario.

Después de 303 años del apadrinamiento de la Real Academia de la Lengua Española por el inestable emocional Borbón que fue Felipe V, es seguro que si levantara la cabeza no le habría de gustar lo que pudiera ver. Y no cabe duda de que mostraría su incredulidad en que se estuviera cumpliendo el famoso lema “Limpia, fija y da esplendor”.

La Real Academia dispone de un programa de software de alta complejidad denominado “Búho” que rastrea, a través de internet, más de dos docenas de diarios de los distintos países en los que se habla el español, localizando nuevos usos de la lengua. Éstos serán estudiados por una comisión que luego los presentará a los debates de las sesiones.

Como es lógico suponer, nunca he asistido a una de esas sesiones de las tardes de los jueves, con los cuarenta y seis miembros numerarios ocupantes de las sillas designadas por letras alrededor de la enorme mesa oval. Desconozco por lo tanto los argumentos que allí se esgrimen a favor o a la contra de los nuevos términos sometidos a examen; no obstante, a los españoles nos llega de forma reiterada el del “uso generalizado”.

No cabe duda de que “albericoque”, “almóndiga” o “cocreta” no LIMPIAN el idioma, sino más bien todo lo contrario: lo manchan de incorrección y contaminan de vulgaridad. En cambio, se convierte en académicamente correcto su uso, antes defectivo, que pudiera llegar a ocasionar, tal vez, la confusión a algunos hablantes, aunque ahora ambas formas sean admitidas como correctas.

No se puede pretender igualar por lo bajo, abriendo las puertas de la cultura a aquellas palabras que surgieron al ser empleadas incorrectamente. Tampoco justificarse en el argumento del “uso generalizado” que se pueda hacer de ellas. Es obligación de La Real, por su lema, limpiar el idioma de injerencias indeseables, en lugar de admitirlas alegremente.

Tampoco contribuyen de ninguna forma a fijar nuestra lengua los desplantes “asín”, “dotor” y “otubre”, que más parecen una caricaturesca chirigota de lo adecuado. Igual que el irrisorio, aunque también advenedizo, “conceto”.

A Darío Villanueva, actual director de la centenaria institución, no le duelen prendas a la hora de pedirnos a los españoles que seamos cuidadosos y atentos con la utilización de barbarismos, sobre todo de procedencia anglosajona, pues todos preferimos (dice y se queja) el uso de esos términos foráneos, despreciando la exquisita riqueza de nuestro idioma patrio. (Es decir, no le damos esplendor).

Sin embargo, es seguro que él habrá asistido a todas esas sesiones de los jueves, como miembro de La Real por él dirigida, que bajo el escudo de la “generalidad en el uso” abre las puertas de nuestro diccionario a engendros tales como “cederrón”, “yins”, “bluyins”, “güisqui”, “tuit”, y a otras criaturas de esa procedencia, ahora en español, con grafía tan aberrante, horrenda e imposible. A “hacker”, en cambio, (no jaquer) se le ha respetado la forma de escritura albiona; no se sabe por qué causa indescifrable.

Creo que de esa forma tampoco se le da esplendor a nuestra lengua.

Parece que los académicos estén empeñados en convertir el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española más en un diccionario de uso que en el diccionario normativo que debiera ser, y para lo que el lema de la institución tiene sentido.

Con la misma razón de este asunto del uso generalizado para las inclusiones en nuestro vademécum de las palabras también podríamos dar entrada a: Te estoy amando “locamenti” / Pero no sé cómo te lo “vuá” “desí”... / Si me “aconvenzo”... como “Las Grecas” nos informaban.

O al “apatrullando” la ciudad, que desgañitaba el inefable Fari.

Requiescat in pace, pues. Descanse en paz la RAE.

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