La educación no es ningún cuento
"Las raíces de la educación son amargas, pero dulces son sus frutos". Aristóteles.
He querido comenzar la tercera (y última) epístola con la frase de este filósofo griego porque esta frase sintetiza muy bien el objetivo de la educación: la adquisición de un conocimiento, es decir, de un aprendizaje continuado. Aunque en un sentido más estricto la educación necesitaría de varias cosas, entre ellas, aptitud natural, estudio y ejercicio.
Como en las otras dos cartas ya he hablado bastante sobre filósofos, ejemplos y cuentos, en ésta, voy a hablar de mujeres, de las mujeres "creadoras" y de las que han sido un "ejemplo a seguir" para todos nosotros.
Y es que en las últimas décadas, por fin, estamos asistiendo a una revisión sobre el papel que tuvieron en el pasado, por eso considero de ley-ya sé que se hace, pero habría que hacerlo más-mostrar a los alumnos los casos de mujeres que fueron "creadoras" e importantes en las épocas pretéritas, nada fáciles por cierto. Porque en el Arte no sólo los hombres pintaron, y si no que se lo digan a la pintora italiana del siglo XVII, Artemisia Gentileschi o a la escultora de siglo XIX Camille Claudel.
En el terreno histórico, todos hemos oído las anécdotas (o tópicos) sobre Cleopatra, por poner un ejemplo; pero más allá de este personaje histórico, sólo conocemos de manera muy superficial el papel que tuvieron algunas reinas. Aunque nada o muy poco se nos ha dicho sobre las mujeres anónimas que sufrieron por la pérdida de sus maridos e hijos en las interminables guerras que se sucedieron a lo largo de la Humanidad. Leer algún verso de la obra teatral "Las Troyanas" en el aula podría ser un buen comienzo...
Además, ¿quién dijo que no había habido filósofas? La historia de Hiparquía (s. IV a.C.) es muy interesante, o la de Zenobia de Palmira (s.III d.C.) que se enfrentó a todo un Imperio romano.
Por otra parte, podría hablarle de personajes literarios femeninos. En "El Quijote", libro universal por excelencia, encontramos el cuento de la pastora Marcela (Capitulo XIII) que pronuncia un bellísimo-y actual-alegato sobre cómo debe ser el amor, catalogándolo de un sentimiento voluntario y no forzoso.
Podría explicarle también la importancia que tuvo la monja Hildegard de Bingen en la Edad Media o la lucha de Clara Campoamor por el voto femenino en pleno siglo XX, pero tampoco quiero aburrirle con más ejemplos, con que haya leído esta carta me vale. Y que conste, que no pretendo descubrir nada, sólo deseo transmitir estos conocimientos de la manera más honesta posible a mis potenciales alumnos. Espero tener (pronto) la oportunidad de llevarlo a cabo, y si no, por lo menos lo habré intentado...
Gracias a LA NUEVA ESPAÑA por haber publicado esta "trilogía educativa epistolar".
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