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J. D. Salinger y John Updike, final de una época

3 de Febrero del 2010 - Ignacio Gracia Noriega

Subtítulo:Representaron el límite con el gran tiempo de los gigantes, como Faulkner y Hemingway

Destacado:Ningún otro autor me ha transmitido la sensación de verano como Salinger, con la excepción, acaso, de Tolstoi

En el corto plazo de un año mueren dos de los grandes narradores norteamericanos del siglo XX: John Updike, nacido en 1932, fallece a comienzos de 2009, y ahora perdemos a Salinger, nacido en 1919. Ya sólo debe quedar vivo Philip Roth, últimamente tan preocupado por la vejez y la enfermedad. Esto señala el final de una buena época, ellos representaron en cierta medida el límite con el gran tiempo de los gigantes (Faulkner, Hemingway, Thomas Wolfe, Dos Passos, Steinbeck, Fitzgerald, Caldwell), a partir de Truman Capote, el escritor rural sureño reconvertido de manera prodigiosa y fascinante en el sofisticado cosmopolita de la mayor ciudad del mundo. Salinger, unos años más viejo que Capote y bastantes más que Updike (quién lo diría) era, asimismo, un escritor cosmopolita y lleno de encanto: con menos pretensiones de resultar "fino" que Capote, porque él había vivido en Nueva York desde su nacimiento. Aunque Updike es el más joven de los tres, la juventud de Salinger y de algún Capote ("El arpa de hierba", sin ir más lejos) continúa siendo inmarchitable. Pero "En torno a la granja" mantiene muy bien su frescura, y, por lo demás, Updike, hombre de ideas y opiniones independientes, sabía reírse de sí mismo y del mundo literario al que pertenecía, creando a un escritor muy típico de su época, Henry Bech, en una novela muy divertida aunque menor: "Más Bech". Y, en fin, como no acababan de darle el premio Nobel (dárselo a Toni Morrison fue casi tan malo como habérselo dado a Pearl S. Buck), escribió una novela sobre su personaje favorito, al que le dan el premio Nobel a Henry Bech.

J. D. Salinger, que escribió poco, pero casi todo muy bueno, es un perfecto escritor urbano, aunque su punto de partida evidente son "Las aventuras de Huckleberry Finn", la novela de Mark Twain en cuyas primeras cincuenta páginas, según Hemingway, está toda la novela norteamericana posterior. De hecho, Holden Caulfield, el protagonista de "El guardián en el centeno" (que en una de sus traducciones, creo que argentina, se llamaba "El cazador oculto": título tan bueno o mejor), busca, como Huck Finn, aventuras y experiencias, aunque el paisaje sea tan diferente como lo es Nueva York en invierno de las orillas del Mississippi. A pesar del invierno, ningún otro autor me ha transmitido, en mi experiencia de lector, la sensación de verano como Salinger, con la excepción, acaso, de Tosltoi. Sus novelas y cuentos tienen la fragancia y el aire claro de un comienzo de vacaciones y, de hecho, "El guardián en el centeno" se desarrolla en vísperas de las de Navidad. Y "Levantad, carpinteros, la viga maestra", aunque sea una historia triste, tiene esa sensación de fiesta, incluso dentro de un taxi, como en las mejores películas de Blake Edwards. Sus "9 cuentos" son perfectos: "Linda boquita y verdes mis ojos", encuentro sonidos del Éxodo, y "Por el hombre que está en la pista", de Jack London, pero es una apreciación privada. Tan sólo "Franny y Zooey" me parece una novela menor, con un jovencito irónico hablando continuamente en cursiva (esto es, con ironía). Salinger era un escritor rebosante de encanto, de los pocos que quedaban con ese don. También con capacidad de crear mitos: Seymour fue un gran mito para sus hermanos. Publicó poco, aunque nunca dejó de escribir. Ésta es, en mi opinión, la situación ideal del escritor. Escribir lo que a uno le gusta y no publicar. "Hay una paz maravillosa en no publicar", afirmó en 1874. Y mucho mejor si la que se ha publicado es obra mayor, sin resquicios.

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