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A estas alturas y contra el feminismo

8 de Enero del 2018 - JOSE LUIS PEIRA (OVIEDO)

La columna del lector

A estas alturas y contra el feminismo

José Luis Peira, Oviedo

Que a algunas personas les cuesta entender es algo de toda la vida. Que esas personas de pocas luces que regurgitan opinión irracional han trascendido de las tabernas al mundo mundial es algo más contemporáneo. Cosas de la modernidad, sí, pero también, y esto es una opinión particular sin mucho contraste científico, por un notable descenso del nivel promedio del intelecto y los conocimientos exigidos para ser atendidos por un foro de más de cinco personas sin las facultades nubladas por el alcohol u otras sustancias.

Voy a focalizar en un ejemplo, por simplificar. Hay algunos que sienten aversión por eso que hemos decidido llamar feminismo. Sin mucha masticación y organizado un argumentario pueril con cuatro titulares de prensa se posicionan visceralmente en contra y lo perciben, y así se expresan, como algo pergeñado por cuatro locas que interfieren en el devenir sensato del mundo.

Se podría decir que ese mundo ha dejado fuera a esas personas, que vagan por el exterior como fantasmas arrastrando las cadenas de su necedad, aullando lamentos que apenas han de encontrar eco en otros amigos de la estulticia. Naturalmente en todo el universo feminista hay aspectos chirriantes, pintorescos, anómalos o deleznables, como en cualquier otro asunto de la vida, y no se trata de estar de acuerdo ciegamente con cualquier predicado como si se tratara de una moderna religión. Hablo de gente sensata, se entiende.

Lo que a estos pájaros les pasa por alto es lo más sencillo de entender: que en la sociedad hay un desajuste que debe ser reparado con extrema urgencia y toda resistencia, obstrucción o duda a tal proceso es un mal innegociable. Pongo otro ejemplo: en Estados Unidos las tensiones raciales fueron particularmente intensas en los años 60, cuando los negros tomaron conciencia de su capacidad para cambiar una situación indiscutiblemente injusta, hasta entonces se veía normal que su lugar en el autobús o en los lavabos públicos fuera diferente y peor que el de "las personas normales". Que alguien se tomara la molestia de señalar que un negro robó una tienda, o que en el contexto afroamericano se hable con el genérico "el hombre blanco" para identificar un estado permanente de desigualdad, es patrimonio de un cantamañanas a medio hervir o de un enemigo de la igualdad. No existe tercera acepción.

Con los enemigos de las feministas sucede tres cuartos de lo mismo. El año que acaba de pasar ha dejado 50 mujeres muertas al menos, imaginen cincuenta marineros, o cincuenta políticos o hasta cincuenta pobres ganaderos muertos brutalmente por el mero hecho de serlo. Porque la sociedad estuviera configurada para que ello así fuera. Hay que añadir cientos de violaciones y miles de situaciones cotidianas que son difícilmente identificables pero que no dejan de corresponderse con una actitud desigual. Los hay que se apresuran a consumir alguna de sus contadas neuronas y dar un paso adelante para decir: yo no he sido, a mí que me registren. A estos patanes no es necesario apartarles, ya están ellos solitos fuera del circuito, a un lado de los tiempos que corren y ajenos a las necesidades que reclama. Pero conviene no olvidar a la gente de bien, que la pelea es larga y requiere de cualquier medio. Desde la autocrítica sobre las propias actitudes, hasta aceptar aspectos desagradables del feminismo como animal de compañía. Porque nadie, ni siquiera yo, es perfecto. Amén.

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