Mil gracias, Feve, por hacerlo tan mal
Todo empezó con aquella ocurrencia de ustedes tan célebre –la recordarán, es reciente– de quitar dieciséis trenes contando que aumentaban dieciséis trenes, y la gente en las estaciones viendo pasar los nuevos-viejos convoyes sin detenerse, porque ahora sólo eran para los que vivían en el centro de Oviedo o de Gijón. Hubo protestas, pero eso sucede siempre; un poco de revuelo al principio y pronto vuelve la calma, aunque esta vez los ciudadanos –qué raro– seguían con su manía de redactar reclamaciones, enlazar con la prensa y –cuidado– pedir ayuda a las asociaciones de vecinos, entidades al margen de la administración y, por tanto, difíciles de domar si les daba por desmandarse. El tiempo pasaba y el maquinista –siempre muy serio– seguía siendo el único pasajero de aquellos vagones vacíos que ya no se detenían, y los usuarios que mataban la mañana en el andén esperando un tren que parase –como si Meres estuviese en medio de la Patagonia– se reían de los coches yermos, a pesar de que eran metálicos y, por tanto, ni sienten ni padecen, del pobre maquinista, que maldita la culpa que tenía, y de ustedes –ahí ya con un poco de razón–. Y al convoy que cruzaba veloz sin nadie dentro lo comenzaron a llamar «El Llanero Solitario». Qué ganas de coña tiene la gente. Yo lo supe al leerlo en uno de los carteles que algún desalmado pegaba en las estaciones abandonadas (y que, curiosamente, desaparecían al instante mientras pervivían otros de la propia compañía, amarillentos por el tiempo que llevaban colgados; me contaron que se trataba de un fenómeno físico llamado «caída selectiva»). Y las asociaciones de vecinos –ya no eran los usuarios individualmente–, sin el más mínimo respeto, se empecinaron en ir contra ustedes. Y como resultado de esa presión un día el Ayuntamiento de Siero acordó personarse en esta historia instando a Feve a que volviese a poner los trenes que había quitado. Sin más. Ya no eran viajeros sueltos encaprichados nada menos que contra una decisión –sería, bien calculada, de empresa– ni una asociación parroquial de tres al cuarto, más sola que la una. Ahora entraba en danza la Administración, los representantes electos de todo un concejo. Gracias, señores concejales de Siero, han demostrado que saben hacer su trabajo. «Chapeau». Veremos qué pasa con los de Oviedo, si encuentran un hueco; están muy liados con lo del dinero de Gabino, los ingresos del matrimonio Marroquín y el sueldo de Rivi. Y los de Gijón, parecido.
Pero a perro flaco todo son pulgas, resulta que ahora las asociaciones de vecinos afectadas han dado otro paso. Y éste ya con mala pinta. Si me dejan hacer de agente doble les soplaré lo que sé: se reunieron «en un lugar del centro de Asturias», como en las películas de James Bond. De noche. Y decidieron crear una plataforma de lucha. Gente joven, mayoría mujeres. Y si saben algo de la historia de nuestra tierra recordarán cómo se las gastan las asturianas cuando empieza la fiesta. Y es que, además de hermosas, las muy ladinas son tenaces; por eso vencen siempre. Lo primero que hicieron fue repartirse el trabajo: «Los de aquí nos encargamos de enlazar con los comerciantes de Parque Principado; tú y tú, La Corredoria; alguien se tiene que hacer cargo de la Cuenca; el mito de que Feve es un muro se les vendrá abajo nada más que el fuego les empiece a quemar la silla; es urgente acceder, o crear una asesoría jurídica; juntos como ahora somos muy poderosos, hoy es el tren, mañana serán los caminos, o la sanidad, o las escuelas o lo que queramos. No hay fuerza capaz de parar a la gente; cuando se enteren en el Ministerio de Fomento de lo que estos tipos de Feve están armando con su estupidez los mandarán a la calle. Una pena por sus familias, que no tienen la culpa, pero en toda guerra hay víctimas inocentes; es inevitable. A ver, reuniones de la plataforma para evaluar resultados y marcar estrategias conforme vaya la batalla, cada tantos días. Se os avisará del lugar y la hora por el mismo método que para ésta. Cada vez seremos más. Compañeros, tenemos a la gente con nosotros, vamos a ganar». Nadie habló de la ideología de cada uno –que, sin duda, la tenían–. Eran ciudadanos luchando de la mano. A mí me vino a la memoria «Arde París», hombres y mujeres de todos los partidos levantándose juntos contra los alemanes. Y el muro de Berlín, treinta años hablando los políticos para tirarlo y lo derribaron los berlineses de a pie en una noche. Y aquel rey tan jovencín saliendo de las Cortes y a Suárez legalizando el Partido Comunista, y un montón de chavalería como yo llenando plazas de toros y cantando lo de «habla, pueblo, habla, tuyo es el camino...». Y quise darles las gracias a ustedes, señores gerentes y afines de Feve, por el milagro guapísimo de hacerme joven otra vez. ¿Recuerdan?: «Debajo de los adoquines está la playa». Hacía siglos que lo había olvidado.
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