Juventud, divino tesoro
Las sábanas son mudos testigos que se contagian del calor de dos seres vivos.
Ella se ve hermosa, él apuesto.
No se cansan de mirarse. De tocarse.
Una y otra vez se recorren con sus manos. Sus dedos escriben sobre sus cuerpos poemas de amor, con palabras desconocidas que dan significado a la intensidad de sus sentimientos.
Se suceden las posturas, los gestos... Hasta que ambos se funden en un profundo suspiro.
Se vuelve él:
-No haz tantu frío. Pa durmir podíes quitate el refaju- dice mientras deja el álbum de fotos sobre la mesita y apaga la luz.
Marino Iglesias Pidal, Gijón
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