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Jugando fuera de la Liga de Campeones

9 de Febrero del 2010 - Julio L. Bueno de las Heras

Hace muy poco escuchamos en un medio de comunicación que no puede ser considerado serio un país que (entre otras plagas, como diecisiete sistemas públicos de enseñanza y sanidad) tiene los gobernantes y los aspirantes a gobernar que alguno tiene. Y no puede ser considerado serio si, teniéndolos, o bien ese país no tiene conciencia de su infortunio o bien no da síntomas de reacción (en el sentido más inmunológico del término).

De negar la crisis, desde la ignorancia más irresponsable hasta la falacia más campanuda hemos pasado recientemente del rollito primaveral de los capullos a la aún más reciente ignominia relativista de negar la mayor con más ínfulas que habilidades, llegando a afirmarse, por boca de ministra, que si uno sale a la calle tampoco percibe que la crisis sea tan crítica como pregonan los catastrofistas. Y ahí está la progenitora del cordero, porque, aunque irritante, no deja de haber cierta lógica cazurra en este interesado negacionismo. De hecho, quien más y quien menos de entre los que, a Dios gracias, aún no estamos en el paro, pareciéramos competir en autismo para mantener la impostación del aquí no pasa nada, o en voluntarismo estabulado para sostener el que nunca llovió que no escampara.

Pongo por ejemplo menor la Universidad, por aquello de volver al terreno de la enseñanza, que es el que mejor desconozco.

Acometemos en estos días la elaboración del plan docente de un nuevo curso con ingredientes restrictivos que lastran irremediablemente desde los presupuestos institucionales la ilusión de la innovación (ya saben, el cuento de la buena pipa boloñesa), haciendo aún más repelente la rutina de un papeleo metastático, más virtual por el ahorro de celulosa que por el crescendo en el derroche de esfuerzos al más puro estilo funcionarial europeísta. Más recortes presupuestarios en un momento en el que se pretendían profundas reformas en nuestro sistema de educación superior deberían haber exigido un replanteamiento del sainete o, al menos, un retraso en la fecha del estreno del bodrio. Las restricciones y los parches chapuceros no pueden asumirse con un conformismo rayano con el fatalismo y próximo al colaboracionismo. Si no hay recursos suficientes para hacer la reforma que se pretendía, y dado que, a todas luces, la enseñanza universitaria no es un bien imprescindible en países poco serios o con otras prioridades o con otras urgencias o con otras sangrías, es obvio que la reducción de aprecio presupuestario tiene que tener una inmediata correlación en los indicadores de cantidad y calidad de la oferta formativa.

Porque si no es así es que todos coparticipamos voluntariamente en una gran farsa. Como la de los Campus de Excelencia, donde después de mucho esfuerzo tangible y exitoso (particularmente para la Universidad asturiana), y después de mucha pantomima selectiva ante tribunales de relumbrón internacional, cuando no se ha racaneado por un lado más de lo que se iba a recibir por el otro, se abre por los propios promotores del invento una vía paralela de financiación que pervierte la sustancia misma de la competición, tratando de echar por tierra todo lo que pudiera haber habido de reconocimiento diferencial de capacidad y mérito, y apostando por el igualitarismo populista de un país poco serio. Como dice un colega tan cabal y disciplinado como anarquista y animista, «no se sabe bien si España es Grande o Libre, pero está claro que seguirá siendo Una, al menos a la hora del café para todos».

Subtítulo: No hay recursos suficientes para la Universidad; habrá que recortar o suprimir

Destacado: Como la pirámide de edad de las plantillas y la demografía son las que son y como del capítulo de pompas y vanidades ya no se puede echar mano habrá que dirigir las miradas hacia titulaciones y servicios

Por tanto, señores y amigos míos, si no se alcanza una financiación adecuada, habrá de adecuarse el servicio a lo que se pueda o quiera pagar por él. Si así pasa (incluso en países serios), en sectores tan apreciados como los de transporte y hostelería, cómo no va a serlo en el terreno de lo suntuario, como es el caso de la enseñanza superior. Si no se puede dar servicio a todos los clientes o no se puede dar la calidad adecuada a la categoría facturando menos, pues no se da calidad, o se renuncia a estrellas y tenedores, o se va al cierre parcial o total de los servicios. Y si hay que hacerlo también en el sistema público de ciencia y tecnología, lo honrado es prevenir claramente a quien corresponda, autoridades y sociedad. Porque si no se dice, y no se dice crudamente la verdad, pueden pensarse tres cosas: bien que en las universidades tenemos un poder taumatúrgico o una insensata capacidad de dumping, o bien que somos una casta de privilegiados cuyo colchón de ociosidad puede presionarse ad infinitum sin que pase nada de nada.

Esto lo sabe cualquier rector de universidad, algunos de los cuales han optado por constituirse en cortafuegos o amortiguadores, adoptando una postura rotunda, pero atemperada por una discreción, prudencia y responsabilidad institucional que, dudo yo mucho, sea justamente valorada por quienes están más acostumbrados a otros lenguajes y estilos. Como también deben saber los rectores, sobre todo los más independientes políticamente, que las consignas externas y las estrategias internas forjan pinzas particularmente despiadadas cuando ambas ramas son del mismo metal. Así que habrá que coger papel y lápiz y suscribir consensuadamente un new deal» entre la institución y la sociedad a la que se supone servimos con cierta autonomía, poniendo muy clarito, más en términos de la calle que en eufemismos contables, la lista monda y lironda de lo que va a recortarse o suprimirse. Y como la pirámide de edad de las plantillas y la demografia son las que son, y como del capítulo de pompas y vanidades ya no se puede echar mano porque no lo veo en los actuales presupuestos, habrá que dirigir la mirada hacia titulaciones y servicios.

A no ser que alguien se atreva a añadir a la lista eso otro en lo que está pensando, porque malicio yo que, para muchos votantes y no pocos votados, en un país poco serio la Universidad ocupa el lugar que ocupa.

Julio L. Bueno de las Heras, director de departamento en la Universidad de Oviedo

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