Unos tontos muy tontos
Hace unas décadas hice un recorrido por las serranías del Sistema Central en compañía de dos amigos. La particularidad de aquella aventura recaía en que lo hicimos porque España estaba bajo una intensa ola de frío, de esas que advierten y asustan por la tele con el soniquete de no salga de casa, llene el depósito de combustible, etc. Repito: porque las condiciones eran lo más desaconsejable posible hicimos aquella proeza. Los aventureros no nos pertenecemos. Íbamos bien equipados, y cada día se nos pasaba en caminar abriendo camino entre la nieve para llegar al siguiente refugio en donde pasábamos la noche. Una de esas noches, cuando estábamos ya durmiendo arrebujados en nuestros sacos frente a la chimenea, se abrió la puerta de golpe y con la mordedura de la ventisca del exterior entraron dos chicos. Avivamos el fuego y calentamos agua para hacerles unas infusiones. Tardaron un rato en comenzar a hablar, se diría que estaban en shock.
No estaban bien equipados, iban en zapatillas y con ropa de abrigo inadecuada. Nos fueron contando que habían decidido pasar unas horas en la nieve y que al bajarse del tren estuvieron felices tirándose bolas y correteando mientras, poco a poco, fue cayendo la temprana tarde invernal hasta que se desorientaron. Fueron nuestras huellas las que les guiaron en la oscuridad hasta el refugio cuando desesperadamente pensaban que no salían de aquella.
Por sus comentarios en voz alta y el estado en que se les podía ver no cabían dudas de que estaban irritados por su irresponsabilidad. Asumieron, como nosotros mismos, como cualquiera puede entender, que de esa situación la única responsabilidad era la de cada cual con sus decisiones de adulto con carnet de identidad.
Pero los tiempos han cambiado. Yo veo y creo que en esta era, al menos en España, la sociedad ha virado hasta delegar cualquier responsabilidad al saldo de otros. Ya nadie se siente culpable ni responsable de nada. Para eso están las administraciones, los inmigrantes, los catalanes, las mujeres, el lobo o el oro de Moscú. Y, por supuesto, todos esperan que sus derechos sean instantáneamente resueltos de inmediato.
El caso de esas personas del Angliru y la nevada es el epítome de lo que sostengo. Unos irresponsables que a la menor dificultad reclaman y exigen que se les atienda para regresar cuanto antes al pub a tomar unas copas o a casa de mami a lloriquear. Lo primero que hay que hay que conocer es que con un vehículo todo terreno se puede hacer algo más que fardar por la autopista, con la reductora se sube uno al Aconcagua. Llegado el caso, un adulto hecho y derecho se baja caminando al pueblo pasando el frío que haga falta y en el bar se toma dos carajillos mientras se da cabezazos contra el mostrador por torpe. Nunca apretar a la mínima el botón del híper espacio para cambiar de pantalla y encima exigir recursos que bien pueden estar siendo necesarios en otros lugares.
Cierto que la persona que les atendió no estuvo muy virtuosa, pero lamento que vaya a ser la única que pague por todo este asunto. Me alegro de que en las redes sociales estén friendo a chascarrillos a estos pobres diablos, es lo menos que merecen. Y ojalá cumplan su promesa y vuelvan a subir en condiciones adversas, y ojalá, de corazón, suban a rescatarles y les pasen una buena factura, y les hagan copiar mil veces no volveré a ser tan memo, a ver si aprenden. Ya se sabe que un tonto sigue un camino y cuando el camino se acaba, el tonto sigue. Aunque haya nieve.
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