Agua

16 de Enero del 2018 - marcelo noboa fiallo (Gijon)

La Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui tiene, entre sus nobles actividades, una que merece la pena destacar, especialmente por la poca repercusión que ha tenido en el mundo mediático, me refiero al programa de vacaciones de verano para niños y niñas Saharauis con familias españolas.

Una amiga mía que acogió a una de esas niñas, hace ya algunos años, me comentaba que encontró a "su niña acogida" el primer día de llegada a casa, apoyada en el lavabo del baño, con el grifo abierto, contemplando "el milagro". El agua salía de aquel artilugio sin parar. Absorta en sus pensamientos, probablemente no encontraba respuestas a sus preguntas, entre las cuales, sin duda se hacía la siguiente: "¿por qué esto no ocurre en mi tierra, en mi Sahara?"

Por esas fechas España se convirtió en un país de ricos. Todo el mundo tenía dos viviendas, dos o tres coches. Los jóvenes abandonaban los estudios para colocar ladrillos por dos mil euros al mes, en un país donde se construían 800.000 viviendas al año (más que Alemania, Francia e Inglaterra juntas). Todos participábamos, en mayor o menor medida, de la borrachera del "boom" inmobiliario decretado por los autores del "milagro" económico español: Aznar/Rato.

La estupidez humana no suele viajar sola, por ello, en aquellos "felices años" empezaron a crecer como hongos los restaurantes alternativos (clandestinos los llamaban) porque su peculiaridad radicaba en estar camuflados detrás de una carnicería, de una peluquería, de una frutería... con el fin de que el cliente "sintiera" que estaba haciendo algo oculto, clandestino. (Otros restaurantes iban más lejos: ofrecían servicio y comida a ciegas para aumentar el morbo).

Ya no era suficiente con un ser un buen catador de vinos, por lo que junto a las cartas de vinos empezaron aparecer las cartas de aguas. Aguas que, según catálogo, provenían de los lugares más exóticos y paradisíacos del mundo y cuyos precios casi competían con los vinos. No fueron pocas las denuncias de fraude al respecto ya que muchas de aquellas maravillas para "paladares exigentes" tenían su origen en alguna nave, de algún polígono industrial, a pocos kilómetros del restaurante exclusivo, en cuyo interior lo más parecido a un mundo exótico fue encontrar algún póster de Islandia o de la Antártida, mientras los "nuevos ricos" españoles debatían sobre las propiedades organolépticas de aquella "maravilla" que tenían en sus manos, en botellas de diseño.

Pensé que toda esta estupidez humana había terminado ya que correspondía a un tiempo lamentable de la historia de España, hasta que hace unos pocos días, me he despertado con la noticia de que en Silicon Valley se está comercializando lo último en aguas, la "raw water" (agua cruda), agua sin tratar, sin depurar, comercializada como "Live Water" y por cifras de escándalo, 60 dólares la garrafa de 10 litros, lo que puesto en una carta de un restaurante de lujo, su precio final será de cuatro o cinco veces más.

El genio del invento, Doug Evans, en pocos meses se ha hecho rico a costa de quienes están dispuestos a probar algo diferente por ser diferentes del resto del mundo. De nada sirven las advertencias de las autoridades sanitarias estadounidenses sobre los peligros de beber agua sin tratar.

Mientras todas estas "cosillas" ocurren en el primer mundo, en el mundo rico, mil millones de personas no disponen de agua potable en el tercer y cuarto mundo y 3,4 millones mueren cada año por enfermedades derivadas de la falta de agua y de su tratamiento (OMS). Niños y niñas, como la niña saharaui que tuvo la oportunidad de conocer durante un mes de verano el "milagro" del agua.

Marcelo Noboa Fiallo, Gijón

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