MÁS QUE AMIGO
Las lágrimas brotaban de sus enrojecidos ojos y discurrían lentamente por su rostro inclinado hacia él, mientras sus manos le acariciaban el pelo con infinita ternura y sus labios le nombraban en un quebrado y dulce susurro.
El permanecía en silencio. No habría podido decir nada. Sabía que el momento de la partida había llegado.
El pasado se hizo presente.
Se había criado correteando entre piñuelas y frailejones. Llegó a la casa para tomar el puesto del viejo vigilante fallecido hacía poco tiempo. Recién salido de la academia. Lleno de desbordante y vigorosa juventud. Era ella una bellísima niña que le miró con sumo interés, directamente a los ojos, mientras, del fondo de los suyos, emergía aquella señal de comprensión y complicidad que ya nunca se apagaría y que le hizo saber que jamás necesitarían de palabras para comunicarse. Al cabo de unos segundos se puso en cuclillas. Ella le rodeó el cuello con sus bracitos, apretando su mejilla contra la de él.
Le adjudicaron la casita pequeña, pero muy cuidada y acogedora, que había ocupado su antecesor. Serviría aquella casa con total fidelidad y dedicación.
Desde el primer instante, se estableció hacia él una corriente de simpatía por parte de todos los miembros de la familia. Le dieron total libertad de acción para cumplir su tarea.
Durante las noches se mantenía vigilante en su puesto. Si percibía algo extraño, con paso silencioso y todos los sentidos alerta, buscaba la causa de la alarma. Generalmente se trataba de algún animal de hábitos nocturnos. O simplemente del ruido de las ramas a causa del viento. Si en algún momento alguien merodeaba, su presencia bastaba para alejarlo.
En las mañanas, siempre esperaba a que ella se fuera para acostarse. Era ésta una costumbre que se había hecho regla. Ella le daba los buenos días y él la acompañaba hasta el auto para verla partir sonriente, agitando su manita en un gesto de despedida hasta que le perdía de vista.
Cuando en la tarde regresaba, ambos vivían el momento como si en vez de unas horas la separación hubiera durado una eternidad. Apenas si daba tiempo para que el coche se detuviera antes de saltar y correr hacia él con los bracitos extendidos. La esperaba justo hasta que ella le rozaba. Entonces la esquivaba y salía corriendo mientras ella le perseguía gritando su nombre, pidiendo que se detuviera. De nuevo la esperaba para volver a escapar cuando estaba a punto de agarrarlo. Así una y otra vez hasta que, agotada y suplicante, se arrodillaba en la grama para rogarle que fuera a su lado. Se dejaba entonces atrapar a medias, rodeándola y zarandeándola hasta que ambos rodaban sobre la hierba.
Al final tenía que pasearla cabalgando sobre su espalda. Con sonrisa de triunfo cuando, parada frente a él, le veía tendido, fingiéndose, exhausto.
Siempre buscaba su compañía, y él se sentía feliz jugando con ella. Haciéndola creer que no podía hallarla en su escondite, daba vueltas y vueltas mirando en cada rincón del garaje, detrás de cada árbol del jardín...
Mientras ella espiaba cada uno de sus movimientos, se iba alejando en su fingida búsqueda, hasta que salía de su campo visual. Entonces era él el que se escondía, y ella, extrañada y curiosa, conteniendo la respiración para no hacer ruido, salía furtivamente tratando de ubicarlo. Este era el momento que él esperaba para deslizarse detrás suyo y sorpresivamente tomarla por la espalda. El susto que recibía era tal, que claramente podía percibirse el respingo que la estremecía.
Aquello la molestaba en grado sumo y, en su deseo de venganza, le perseguía lanzándole toda clase de objetos que conseguía a su paso. Mas su enfado no duraba mucho. Antes de irse a acostar, le llenaba de cariños mientras le reconvenía por lo mal que se había portado.
A medida que ella crecía, sus juegos iban cambiando y reduciendo el tiempo que a ellos dedicaban. No así el cariño que desde siempre le profesó y que sentía latente en cada uno de sus gestos. Por su parte, ella sabía que su presencia era su mayor alegría y que podía contar incondicional y plenamente con él.
Cuando ya adulta, solía regresar en el coche con su padre, o con el chófer de la familia, al caer la tarde. Otras veces lo hacía después del ocaso, acompañada de algún amigo que la dejaba junto a la verja de hierro, en ocasiones después de una breve charla en el auto. El la observaba discretamente desde el jardín, esperando que se despidiera para ir a recibirla.
Hubo una oportunidad en que le llamó la atención el hecho de que, su acompañante, abandonara también el vehículo y la tomara del brazo, en un gesto que a ella parecía incomodarla.
Se fue acercando lentamente y pudo ver cómo se desasía bruscamente y trasponía la puerta que se abría en una de las hojas móviles de la verja.
El hombre intentó seguirla. En dos rápidas zancadas se interpuso entre ambos. El individuo se quedó paralizado, con sus manos en la puerta. Por un instante, los ojos del extraño se cruzaron con los suyos que lo miraban inexpresivos.
La muchacha puso la mano en su hombro y permaneció quieta junto a él, que percibió claramente la señal de miedo que el otro emitía mientras cerraba la puerta, que no había llegado a traspasar, y se alejaba camino del auto. Nunca más lo volvió a ver.
Durante el verano, los días en que ella no se iba, daban largos paseos por la extensa plantación de plátanos y café que rodeaba la mansión. Después de caminar un buen rato, se tendían sobre la manta, acomodaba ella su cabeza sobre el cuerpo de él y comenzaba un soliloquio interminable mientras hacía filigranas con algún herbaje entre los dedos. Mientras él, silencioso, con los ojos cerrados, se inundaba de su presencia, aspirando su aroma, sintiendo su inefable contacto...
Voltea ahora su cabeza, que ella mantiene en el regazo, para morirse con la imagen de aquel rostro queridísimo, empañado por las lágrimas que caen mansamente sobre él.
No puede dejar de sentir dolor. No porque tenga que irse. Su dolor es porque nada puede hacer por evitar el que le está causando a ella.
Aún alcanza a lamer su mano antes de abandonarla para siempre.
Tenía quince años. Había sobrepasado la esperanza de vida para un perro de su raza.
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