El arranque

17 de Enero del 2018 - José Antonio de Lillo Cuadrado (Moreda)

Asistí el domingo día 7 de este mes al concierto que Daniel Barenboim ofreció en el Auditorio de Oviedo. La sala estaba llena. Incluso los palcos laterales. En el escenario había estudiantes de Conservatorio de la capital. Cuando vi el “llenazo”, sin querer, me vino a la memoria la inseguridad de que hablaba la prensa asturiana, por lo menos, en dos ocasiones. Pero rechacé este recuerdo como un mal pensamiento. Poco tengo que añadir al comentario que, sobre el concierto, apareció el lunes día 8 en LA NUEVA ESPAÑA. No todos los días se ve y se oye a uno de los mejores pianistas. Al salir, después de las dos “propinas” de R. Schumann, oí a alguien decir que le había parecido algo monótono: todo del mismo compositor. Era una opinión.

En el artículo, se habla de “madurez”, párrafo quinto, y de “arrancar”, párrafo segundo. Resulta chocante que, después de casi setenta años de ejercicio, se diga que “su madurez quedó plasmada...”. Si a esa edad un pianista todavía no “maduró”, entonces, como vulgarmente se dice, apaga y vámonos. Creo que sobraba este juicio.

La otra palabra ya no sorprenderá a nadie. Me refiero al verbo “arrancar”: “El primer concierto... ‘arrancaba’ con uno de los más grandes pianistas del siglo XX”. Este verbo es huésped casi diario de todo artículo que dé cuenta de algún acontecimiento que “empiece”. Con más frecuencia de lo que sería razonable, leemos que lo mismo “arrancan” el motor de un coche que una fiesta, una obra en el arco de una bóveda que la temporada de pesca, o un encuentro de fútbol que un concierto. Este verbo ya, por sí solo, es una cacofonía flagrante que se enfrenta a la música, donde están controlados todos los sonidos, incluidas las disonancias. El Diccionario de la Real Academia le dedica diecinueve acepciones. Cada una se “hará visible” según el contexto y la situación en que se mueva. Por ejemplo: entre las primeras, aparece con varias definiciones de las que forma parte la palabra “violencia”. Más adelante, aunque no menciona la palabra, sí incluye el concepto: “Acometer, embestir, derrotar”, “derrotar (vencer y hacer huir al contrario)”, “encolerizarse”. Está claro que, con estos antecedentes, no puede ni debe tener el valor con que se usa habitualmente nuestro “arrancar”. Dos acepciones hacen referencia, con más posibilidades, a máquinas y motores. Las demás presentan matices que no vienen al caso. Pero en ninguna “arrancan” un encuentro de fútbol, un concierto o la temporada de pesca... La única acepción de la que este ubicuo verbo podría ser sinónimo es “empezar”: “Empezar a hacer algo de forma inesperada”. Pero ni siquiera esta nos vale porque la situación que acabamos de mencionar, como otras muchas, no es inesperada, sino anunciada y con bastante antelación. De la programación de los conciertos ya tenemos noticia en verano. En consecuencia, por mucho que se use, “arrancar” no equivale a “empezar”.

No estaría mal que, cuando uno se sienta ante el ordenador (la pluma ya perdió la batalla hace tiempo), tenga al lado un diccionario para consultarlo en caso de duda, si es que se tiene duda.

Entre tanto esperamos saber si el concierto del próximo sábado va a “arrancar” o va a “empezar”, como Dios manda.

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