#MeToo

28 de Enero del 2018 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijon)

Diversos estudios de opinión han coincidido estos días en considerar que el año 2017 ha supuesto el relanzamiento y consolidación del movimiento feminista. La presencia de la mujer en la calle liderando las protestas, ya sea para denunciar el insoportable machismo de Donald Trump, o el asesinato miserable de mujeres por quienes siguen considerando a la mujer su propiedad, o las injustificables diferencias salariales entre hombres y mujeres, ha sido una constante a lo largo del pasado año.

Todos y cada uno de estos actos de protesta, no obstante, duraban lo que dura lo noticiable en un mundo tan “líquido” como el que vivimos, salvo uno: las denuncias en forma de fichas de dominó realizadas desde el mundo del cine, desde Hollywood, por un gran número de artistas consagradas, de estrellas del cine, cuyo cénit se alcanzó el pasado día 8 de enero, con motivo de la entrega de los “Globos de Oro”. Brilló con luz propia el personaje más mediático del mundo anglosajón, Oprah Winfrey. Su intervención ha sido considerada por muchos analistas como el pistoletazo de salida de su más que probable nominación a las próximas elecciones presidenciales.

Uno tiene la impresión de que el movimiento no había “cuajado” hasta que afectó al mundo del “glamour”, al de la alfombra roja, al del espectáculo por excelencia.

Personalmente no debería tener otro sentimiento que el de la alegría por el triunfo de los valores de la lucha feminista ante la pervivencia de actitudes y comportamientos intolerables en una sociedad del siglo XXI. Ninguna duda al respecto, pero me es inevitable seguir recordando a Nafissatou Diallo, camarera del hotel Sofitel (Nueva York) en el que se alojaba el todopoderoso director general del FMI Dominique Strauss-Kahn, quien intentó violarla y la obligó a practicarle sexo oral. Ella representa a las miles de víctimas del poder machista que a diario sufren en todos los países del mundo, pero que no pueden denunciar porque estaría en juego el pan de sus hijos, su precario empleo, el tortuoso y agotador día a día. No recuerdo a ninguna estrella del cine solidarizándose con ella ni abanderando el #MeToo.

Lo siento, pero para mí no es lo mismo. Ver al despreciable y corrupto Harvey Weinstein rodeado de lo más glomouroso del cine de Hollywood repartiendo y recibiendo besos y caricias de las estrellas, elevadas a lo más alto por él y denunciado por las mismas años más tarde cuando su carrera cinematográfica se ha consolidado... Lo siento, pero hay algo dentro de mí que se revela y me surge la pregunta inevitable, ¿por qué no lo denunciaron antes? No estaba en juego el pan de sus hijos, como las camareras de los hoteles de lujo o las modestas empleadas de supermercados acosadas por sus impresentables y machistas jefes. Nada les impedía darle con las puertas en las narices... ¿o sí?

En cualquier caso, el mundo del cine, el mundo de Hollywood, siempre se ha movido con otros códigos, con otras claves. Es otro mundo en la medida en que es la mayor fábrica sueños para consumo del resto de los mortales, entre las que están las sufridas camareras de los hoteles.

Sea como fuere, si la bomba que estalló en el corazón del “mundo de los sueños” va a consolidar el movimiento reivindicativo de la mujer, bienvenido sea, pero mucho me temo que más bien va a ser una nueva fuente inagotable de guiones para la industria del cine y la plataforma de lanzamiento a la Presidencia de los Estados Unidos de Oprah Winfrey.

Si con ello conseguimos quitarnos de encima al jefe del Ku Klux Klan que hoy habita en la Casa Blanca, una vez más, bienvenido sea, aunque personalmente, como ya he dicho en otra ocasión, preferiría el “impeachment”, que es una buena forma de exorcizar a nuestros monstruos.

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