Collanzo
Otro pueblín allerano que tuvo una vida importante y era parada obligada, subiendo y bajando, cuando el puerto de San Isidro comenzó a ser un lugar de evasión; que este puerto nuestro, que tan acertadamente alguien bautizó como el de las cuatro estaciones de año, lo tiene todo para el visitante, turista, excursionista, montañero, esquiador o simplemente para gozar de la grandiosidad de su paisaje rural.
Sí, Collanzo era parada obligada entonces, en sus buenos bares, cafeterías y un buen restaurante, como lo era el de La Panera, con salón de baile y todo. Una gran vida había entonces en este pueblo allerano, sobre todo los domingos. Además de los que hacían la ruta de San Isidro, otros muchos eran clientes habituales de Collanzo, sobre todo gentes de Mieres que aquí venían a pasar el domingo. Un ejemplo, mis buenos amigos Carlos Losa, médico, y su esposa, Mary Melero. Me decía Carlos que él cargaba las pilas en Collanzo y cuando por cualquier circunstancia se tenía que quedar en Mieres un domingo, la semana siguiente era “un verdadero infierno”. En verano Collanzo era una verdadera delicia, y lo sigue siendo, porque el río es el mismo y ahora tiene una hermosa playa, muy concurrida los fines de semana. Que aunque ya no existen aquellos históricos negocios de Heliodoro, Juanín Reguera y La Panera, Collanzo sigue teniendo donde comer bien y pasarlo macanudamente un domingo o un fin de semana. El lugar y sus alrededores son una delicia, preciosos. Por un lado, Santibáñez de la Fuente, cuna y origen parroquial de Collanzo, con su texu milenario. Por otro lado, obligado y corto paseo a un pueblín que es una preciosidad y que tiene un encanto muy particular. Nos referimos, naturalmente, a Cuérigo, en la ruta a Casomera y Río Aller.
El remate del tipismo y la belleza natural de Aller, su gastronomía, turismo y un paisaje impresionante están en Felechosa. Y más arriba, en San Isidro, deportivamente, montañismo y esquí. Completo. Collanzo y Felechosa, dos buenos lugares para descanso y veraneo, cargar las pilas y evadirse del trajín cotidiano, a veces tan complicado y humano.
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