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La incoherencia de Zapatero

16 de Febrero del 2010 - Inés Morán Álvarez (Oviedo)

Si algo define al hombre como persona de bien es la coherencia. Cuando alguien se conduce con coherencia ocasiona el que se pueda creer en él, porque no hay falsedad en su vida, duplicidades en su conducta. La coherencia exige sinceridad consigo mismo y por tanto con los demás. Un hombre coherente es un hombre de fiar y esto es mucho.

¿Qué pasa cuando alguien no es coherente? En principio la incoherencia conlleva el que no se pueda confiar en quien no la ejerza. El incoherente tan pronto dice blanco como negro; tan pronto postula una cosa como la contraria; hoy dice sí y mañana no. No es una persona fiable el incoherente, y actúa a golpe de mata.

Cuántas veces la incoherencia esconde engaño, mentira, falsedad, falta de escrúpulos, interés en quedar bien en el momento sin medir las consecuencias. Suele la mayoría de las veces disfrazar el cinismo. La incoherencia degrada al hombre y su relación con los hombres de bien.

Si alguien debiera ser coherente es un Presidente de Gobierno. En realidad tiene la obligatoriedad de serlo. Por eso es desagradable descubrir cómo se conduce el que es nuestro Presidente actual dentro y fuera de España.

Un hombre que desde el poder que le da su cargo ha invertido parte de su esfuerzo en instalar el laicismo en España (no el estado laico, que sería legítimo), implantando la obligatoriedad de retirar los crucifijos; despreciando a la iglesia católica, a la familia cristiana, al matrimonio cristiano (único matrimonio), infravalorando la vida humana hasta el extremo de defender y avalar con todo ímpetu el aborto, etc, y ejerciendo una presión negativa sobre lo que han sido y aún siguen siendo nuestras raíces (el cristianismo), se conduce sin embargo lejos de nuestro país, en Washington, como hombre respetuoso con la religiosidad imperante en el Desayuno de la Oración, leyendo incluso un pasaje de la Biblia y participando aparentemente- de la religiosidad del ambiente. Nada habría que decir si en verdad, a pesar de su ateísmo, fuera realmente respetuoso con lo religioso; pero de sobra sabemos en España que no lo es, que lo religioso le da nauseas.

Cualquier observador conocedor de la Palabra de Dios habrá comprobado, sin embargo, cómo este hombre es capaz de aprovecharse ilícitamente de la Palabra de Dios para tergiversarla y llevarla a su terreno. No citó, por ejemplo, el versículo completo del Deuteronomio, la parte dura que dice: Así no clamará al Señor contra ti y no incurrirás en pecado. Convirtió la frase evangélica "La verdad os hará libres" en su palabra: La libertad es la verdad cívica, la verdad común, es ella la que nos hace verdaderos.

Allá supo estar con lo religioso entremezclándose en el ambiente, guardando las debidas formas. Aquí, en España, las formas las pierde de inmediato cuando vislumbra de lejos algo relacionado con lo religioso: la defensa de la vida, el valor de la familia, la unión indisoluble del matrimonio entre un hombre y una mujer (único matrimonio, repito), el sentido sagrado del crucifijo (además de cultural e histórico), la estabilidad familiar, el valor y la importancia del sexo dentro de los cauces naturales.

¿Qué hubiera pasado si puesto de pie dijera ante aquella asamblea de oración que era un ateo practicante y guerrero, que despreciaba la religión, que luchaba contra ella y que pretendía quitar de nuestra sociedad española a Dios y todo lo relacionado con él?. Pero no, allí no se atrevió, se consideró en inferioridad de condiciones. Sólo se atreve aquí, en España, y esto dice muy poco a favor de los españoles.

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