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La dura soledad de pueblos y aldeas

8 de Febrero del 2018 - Antonio Valle Suárez (CASTROPOL)

Mi amigo Juan me dijo ayer que el pasado lunes habían atracado a su suegra. Parece ser que la anciana ya estaba acostada en la cama, en el piso de arriba de su casa. Era la medianoche. No dormía y sintió unos golpazos en el bajo de su vetusta vivienda. Se incorporó en la cama y siguió agudizando su escaso oído. No le dio tiempo a más. De repente apareció en la habitación un individuo esgrimiendo un cuchillo que le colocó en el cuello al tiempo que le tapaba la boca y le exigía todo el dinero. La pobre mujer, asustada, dijo no tenerlo. El atracador tiró cajones, ropa y enseres hasta localizar las pocas joyas que la señora había ido consiguiendo durante toda una vida de sacrificio y ahorro. No eran gran cosa, pero estaban llenas de recuerdos -manifestó-. El ladrón, parece ser, cortó el cable del teléfono y rompió las dos puertas de acceso a la vivienda, hizo su trabajo y se esfumó. La incansable Guardia Civil trata de localizarlo.

No hace muchos años, a un comerciante de toda la vida, ya mayor, cercano a la casa de la señora atracada, se le presentó un individuo a comprar una tarde noche de invierno. Vender no le vendió nada, pero sí recibió una soberana paliza que lo llevó hasta el cercano Hospital de Jarrio, medio muerto.

Últimamente, con demasiada frecuencia, oímos relatos de este tipo que a los que llevamos ciertos años viviendo entre la seguridad diaria del pueblo nos ponen los pelos de punta y nos hacen reflexionar: ... hasta no hace mucho, los pueblos, aldeas y barrios estaban aceptablemente poblados. Más o menos todos los vecinos nos sentíamos amparados unos al lado de los otros. Pero ahora, ¿en quién se refugian las personas mayores que van viendo cómo día a día se van quedando solas, sin vecinos, que sólo se sienten un poco tranquilas y seguras en las épocas de estío, cuando los veraneantes ocupan alguna casa de al lado, cerrada el resto del año? ¿Cómo se pasan las tres estaciones restantes solos o, como mucho, con algún vecino al otro lado de la barriada que no los oye aunque se desgañiten ante un caso semejante al de esa señora o al de su vecino el de la tienda?

-Bras se responde a sí mismo: "Quedan varias formas para afrontar la situación: una es irse a una residencia, si es que se puede pagar, y dejar la casa cerrada a cal y canto. Otra, colocarse en el pecho la medalla de teleasistencia de la Cruz Roja y no separar ni un momento el dedo del botón de S.O.S. Yo, que vivo solo, cuando me voy a la cama, que está en el piso de arriba, enciendo todas las luces de la habitación, abro las tres contraventanas para ser visto bien desde afuera, cojo en ristre la vieja escopeta de mi difunto padre que en paz descanse, le meto dos cartuchos y me doy unas paseos por la habitación haciendo que cualquier mal nacido que me observe desde la oscuridad entienda lo que le pueda pasar si osa entrar. Después atranco los postigos, apago la luz y me duermo tranquilo".

A mí, al principio, no me disgustó la norma de seguridad que dice aplicar todos los días mí amigo jubilado, Bras, al irse a la cama. Luego, pensándolo mejor, le digo en confianza: ¡Ten cuidado, Bras! No te dejes tentar por el diablo, no te vaya a pasar como al gallo de Morón.

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