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Reciclado especial

5 de Febrero del 2018 - Ismael Almanza Riesco (Pola de Siero)

Comúnmente se reconoce que la hominización consistió en un proceso gradual de liberación de los lazos que nos mantenían atados a nuestra naturaleza biológica y nos obligaban a desarrollar pautas de conducta totalmente estereotipadas. Este proceso de liberación es el que habría dado lugar a la aparición de la cultura, que representa la naturaleza esencial de la especie humana. Decir cultura es decir libertad, pero también es convención, y esa convención puede convertirse en una nueva atadura tan fuerte o más que la primera. No se trata, por supuesto, de renunciar a la cultura, sino de poseer la sabiduría suficiente como para ser capaces de administrarla correctamente. De no ser así, la humanidad estará abocada al fracaso, y no hay fracaso mayor que el de traficar con la cultura. (Resulta ciertamente repugnante ver cómo un artista vive y muere en la indigencia, mientras un mercader se enriquece traficando con sus creaciones).

Una vez convertida la cultura en mercancía, entramos en una escala de degradación progresiva que conduce necesariamente al esclavismo. Las personas, al igual que las cosas, se miden por su valor de mercado, de tal modo que el mundo se ha convertido en una global mercaduría. Son los mercados internacionales los que deciden el destino de los pueblos y de las naciones. Tal vez la más refinada expresión de lo que venimos diciendo esté en el llamado mercado "de valores" (¡?), que, aun no siendo más que un puro artificio manejado por el afán especulativo de unos cuantos depredadores, juega con la economía de los ciudadanos, sin que éstos puedan mover una ficha ni acceder tan siquiera al reglamento del juego. Pero no es el único: el tráfico de cerebros con su correspondiente trazabilidad académica está a la orden del día, al igual que la compraventa de extremidades humanas en los mercados deportivos de invierno o de verano; sin olvidar el mercado del sexo, cuyo volumen de negocio es casi equiparable al armamentístico, o el mercado laboral, enemigo de la procreación, donde la explotación de seres humanos llega a ser verdaderamente monstruosa. Muy posiblemente esta voracidad de hoy no nos permita ver el desastre de mañana.

Tengo para mí que los humanos somos una especie incompleta. Alguna pieza importante debe de faltarnos cuando nuestra mente es tan proclive al prejuicio, a la discriminación y, en definitiva, a la injusticia. De acuerdo con el mito platónico de la creación -nos lo recordaba recientemente el gran helenista poleso Pedro Olalla con la proyección de su película "Grecia en el aire"- la formación de la especie humana resultó desde el principio harto complicada, requiriendo la intervención expresa del Sumo Hacedor, Zeus, mediante instrucciones precisas a su hijo Hermes para que distribuyera equitativamente entre todos los seres humanos los mecanismos necesarios para la práctica de la política. Esos mecanismos no eran otros que la conciencia ética y el sentido de la justicia, base y fundamento de una concepción política genuinamente democrática. Sospecho que Hermes no debió cumplir muy bien su cometido, y que Zeus, por su parte, se despreocupó de la supervisión. Las consecuencias no han podido ser más catastróficas: la humanidad se encuentra destrozada e inerme, sin capacidad para organizarse políticamente y afrontar la vida de manera digna, a merced de unos cuantos gobernantes que no se caracterizan precisamente por su conciencia ética, sino más bien por lo contrario. A menudo los gobernados tratan de corregir los desmanes de aquellos, pero acaban siendo aplastados o apartados de la vida pública por decisión de altos tribunales, cuyos miembros, tras superar pruebas alienantes que les otorgan el monopolio del sentido de la justicia ("... repártelas a todos por igual -contestó Zeus"), son designados por los gobernantes para que gobiernen "con la ley en la mano" (y si no la hay, se inventa). Este estado de cosas hace que la Justicia se convierta en un castigo colectivo, cuando debería ocuparse de corregir las deficiencias sociopolíticas y las injusticias intrínsecas del sistema.

La indignación es grande, el desconcierto total. Da la impresión de que la humanidad se encuentra en una patera a la deriva, donde solamente cabe el "sálvese quien pueda". El cementerio del Mediterráneo (hay muchos otros) es un signo evidente de esa situación. Antes de que llegue el naufragio definitivo, deberíamos suplicarle a Zeus que meta a la especie en un contenedor y que nos haga un reciclado de una vez por todas.

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