De ti esperamos más...
Es domingo, amanece en Madrid con el mercurio rozando los 0ºC y la lluvia arreciando (algo milagroso por estos lares). Un viejo amigo está de visita, por lo que, en contra de las directrices del sentido común (“sofá y manta”), nos vemos en la obligación de pasar un típico domingo por La Latina. Todo transcurre entre caña y caña como si fuera un domingo más, pero los dos sabemos que no lo es: a las 18.00 debemos postrarnos a sufrir dos horas ante una pantalla, es día de derbi. Hace unos años, cuando El Pitu capitaneaba aquella tropa de guajes, veía todos y cada uno de los partidos estuviera donde estuviera, “negociando” con todos los camareros que pusieran este canal o el otro de la TV para poder ver el partido; ha ido pasando el tiempo y, por suerte, por desgracia, y sobre todo por demérito de mi equipo, hoy en día no hipoteco ningún plan con pareja, amigos o familia por ver un partido de mi Real Sporting de Gijón. El domingo, al ser un partido tan especial, decidí saltarme la norma y tras unas negociaciones dignas del “procés” catalán, presenciamos la denominada fiesta del fútbol asturiano. A la postre no fue tal, sino la fiesta única del oviedismo, ante la perplejidad de toda la hinchada rojiblanca. De nada sirven los 24.500 abonados, de nada sirven las asistencias medias superiores a 20.000 espectadores en El Molinón, de nada sirve que alguien recorra 850 kilómetros en el trayecto Madrid-Oviedo única y exclusivamente para ver el partido (conozco casos), de nada sirve volver a ilusionarse a pesar de estar deambulando por la mitad de la tabla a pesar de ser el tercer presupuesto, de nada sirve adelantarte en el marcador, de nada sirven las excusas baratas de un entrenador incompetente y de unos jugadores que demuestran ser unos ineptos año tras año... De nada sirve volver a pelearme por poder ver a mi RSG a cientos de kilómetros cuando un equipo te pasa por encima como te pasa tu eterno rival el domingo: ni un balón dividido, ni una segunda jugada, ni un cambio de juego, ni un contraataque... nada; el RSG dio una auténtica lección de cómo no jugar un derbi, justo al contrario que su rival.
Llegados a este punto creo que durante un tiempo volveré a dejar tranquilos a los camareros madrileños y, de paso, disfrutaré más de lo realmente importante que, créanme, no merece ser este Real Sporting. Por supuesto, enhorabuena a mis (numerosos) amigos oviedistas; me da mucha envidia poder sentir ese orgullo y esa identificación con su entrenador y con su plantilla.
Dicho todo esto, sobra decir que seguiré siendo un sportinguista orgulloso, pero no de los que ahora me representan (salvo contadas excepciones como don Sergio Álvarez), sino de los que me representaron en el pasado, de esa cantera a la que no dejan progresar, de ese templo del fútbol y de todos los que han hecho que sienta esta pasión teñida de rojiblanco para siempre.
Es lunes, amanece en Madrid con el mercurio descendiendo de 0ºC sin rubor alguno y la lluvia convertida en nieve. Las mismas palabras de jugadores y entrenador resuenan como cada semana (“pedimos perdón, tenemos que mirar hacia adelante...”). El viejo amigo ya se ha ido...
Firmado: un ovetense afincado en Madrid y abonado sportinguista desde hace más de 20 años.
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