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La maldición de Artemisa

16 de Febrero del 2018 - Juan Manuel Alonso Blázquez (Villaviciosa)

Cuenta la leyenda que el rey Eneo de Calidón solía celebrar sacrificios cada año en honor de los dioses, pero en uno de ellos olvidó incluir entre éstos a Artemisa, lo cual ofendió mucho a esa diosa, y en venganza soltó un gran y feroz jabalí en Calidón, éste hizo grandes destrozos en las viñas y cosechas, y tanta era su ferocidad, que los pobladores se vieron obligados a esconderse tras las murallas de la ciudad; como el jabalí no se fue, los pobladores empezaron a morirse de hambre, ya que no podían regresar a sus cosechas y sus casas en donde tenían sus alimentos.

Ante esta situación, el rey Eneo convocó a los mejores cazadores de toda Grecia; acudieron algunos de los argonautas, el mismo hijo de Eneo, Meleagro, y otros, pero la única que tuvo éxito en esta misión fue una cazadora, de nombre Atalanta, quien había sido amamantada por la misma Artemisa transformada en osa, la cual la había criado como cazadora. Atalanta logró herir de muerte al temido jabalí y Meleagro fue quien lo remató, aunque le ofreció el premio a ella, que había derramado la primera sangre. Pero los hijos de Testio, que consideraban vergonzoso que una mujer lograse un trofeo donde los hombres habían participado, le arrebataron la piel, diciendo que, si Meleagro decidía no aceptarla, era propiamente suya, por derecho de nacimiento. Enfadado por esto, Meleagro mató a los hijos de Testio y dio de nuevo la piel a Atalanta. Entonces Altea, madre de Meleagro y hermana de los hombres que había matado éste, propició la muerte de su hijo.

Así logró Artemisa su venganza contra el rey Eneo de Calidón y el mito ha llegado hasta nuestros días como la cacería del jabalí de Calidón.

Hoy el papel de Artemisa y su consiguiente maldición lo representan quienes regentan granjas dedicadas a la cría de especies cinegéticas, como el jabalí, que se venden por lotes más o menos grandes para transportarlos “y soltarlos” en cotos de caza, con frecuencia mal gestionados por sus titulares. Debido a esta mala gestión y a su “forzada” introducción en hábitats inadecuados, dichas especies disparan sus poblaciones en zonas agrarias y ganaderas donde hace pocos años no existían problemas de este tipo, y también en áreas urbanas, periurbanas, así como en zonas rurales no apropiadas para ellas y en zonas en las que su presencia ocasiona “conflictos”, a veces graves, de seguridad vial y personal.

Y mientras nuestros artemisos hacen de las suyas y unos y otros engordan sus cuentas corrientes, nuestro Gobierno autonómico asiste, bastante remiso y con muy poco arte, por no decir como invitado de piedra, al deterioro agrario y ganadero de las explotaciones asturianas.

Juan Manuel Alonso Blázquez

Villaviciosa

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