Elogio a Carlos Robles Piquer
La grandeza de una persona se mide por la capacidad de abrazar la realidad, intentar serenamente comprenderla, observar sin pasión sus avatares y sonreír con la serenidad de la experiencia.
Carlos Robles Piquer, erudito donde los hubiera, trabajador incansable, familiar, amigo, observaba el mundo con la grandeza de unos ojos llenos de luz limpia; entornaba la vista, tendía su mano y te regalaba paz.
Carlos, sencillo grandullón, con sus responsables cargos a la espalda, acudía al colegio de sus hijos para asistir, sentado en un taburete de los de antaño, a las reuniones de padres. Al terminar, don Carlos, director general de..., vicepresidente de..., ministro de..., se acercaba y hacía el comentario: “Por favor, no deje de convocarnos más días, aquí estoy aprendiendo a ser padre; gracias, don Ángel”.
Carlos Robles Piquer, “don”, hizo de su vida un servicio permanente a España. La conocía, la comprendía, le dolía y en su libro “Las cuatro Españas” nos dejó el mejor retrato y el mejor resumen de ella: “La República, caótica; la Guerra Civil, brutal; el franquismo, inevitable; la Democracia, esperanzadora; la España actual, confusa”.
Hace año y medio pasé una mañana inolvidable con él y su esposa, Elisa. Ya estaba muy delicado y su memoria, sonriendo, se dejaba llevar, troceando entre los dos aquellos años de convivencia. Elisa, su esposa, le miraba y le decía: “¿Te acuerdas, Carlos?... Es verdad”. Él me miraba y decía feliz: “Mi querido profesor”.
Gracias, don Carlos. Gracias porque su gran erudición, sus grandes responsabilidades y su intenso trabajo no le impidieron nunca ayudar a todos los que por un motivo u otro se acercaron a usted.
Gracias, don Carlos, la paz le abrace allá donde esté. No se olvide que aquí deja personas que le quieren.
Un abrazo de su amigo y “profesor”, Ángel Alonso.
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