Las caras de Dios
Para los cristianos la representación del rostro de Cristo no supone una ofensa. El Hijo de Dios por el misterio de la encarnación está visible en todo ser humano, incluida su realidad física. La primera representación icónica que conocemos de Jesucristo parece ser una sátira blasfema en la que aparece la figura de un crucificado con cabeza de asno y una inscripción en griego que dice: “Alexamenos adora a su dios”. Se trata de un grabado del siglo tercero descubierto en los sótanos de las ruinas del palatinado romano.
Las representaciones sacrílegas de Cristo son verdaderas imágenes de su humanidad escarnecida y humillada por los oprobios y desprecios que sufrió en su pasión. Pero son también la expresión palmaria de la miseria y de la profanación de la propia condición humana. Nos afecta a todos, incluidos los que originan las ofensas a los símbolos cristianos y quienes las justifican y celebran. También son aldabazos de denuncia y de protesta en contra de un seudocristianismo de una sociedad pagana que utiliza el oropel vacuo de una falsa religiosidad, que, sin principios morales, sigue cometiendo las impiedades de matar, adulterar, robar, falsear la verdad, oprimir al débil, despreciar al pobre, condenar al inocente... Aberraciones sacrílegas denunciadas y condenadas duramente por los profetas de todos los tiempos y por el Cristo de los Evangelios.
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