Pasión a pilas

24 de Febrero del 2010 - Diego Cózar Rodíguez (Cangas del Narcea)

El progreso técnico nunca dejará de fascinarme. Soy consciente de ello, las innovaciones son constantes, el desarrollo evidente y cada avance cambia un poco el mundo. No me perderé más en estas ideas, divago, además ya he escrito mucho a este respecto. Pero es curioso como prácticamente todos los aspectos básicos de la vida humana se ven constantemente modificados por la progresión técnica, nadie a día de hoy estaría conforme si en su cocina le falta el microondas, la plancha o la freidora, una batidora electrónica, un robot de cocina inteligente, o una nevera con conexión a Internet y televisor de plasma integrado, ¿es que acaso estamos en la edad media?

Por ejemplo, y aunque servidor es un gran fan del purasangre español, si lo que busco es un medio de transporte, preferiré un coche. Y si me compro un coche quiero que tenga elevalunas eléctricos, limpiaparabrisas automáticos, aire acondicionado, sonido estéreo, localizador integrado, GPS, ERG, HDI, ABS, USB y todos los grupos de siglas de significado indescifrable que la casa puede ofrecerme, que viendo la crisis del sector espero que sean muchos. Pero tampoco quiero hablar de la crisis, que también he hablado mucho de ella.

Ahora sí, entrando en materia, y a lo que quiero referirme es a los oscuros caminos a los que la técnica parece conducirnos. Ayer mismo, a la tarde, una buena amiga y yo fuimos a comprar un regalo de cumpleaños para una amiga en común. A falta de quórum y por aquello de asegurarnos un buen rato, decidimos echar un ojo a un céntrico sex shop (no soy fan de los anglicismos, pero una mala traducción libre me puede traer problemas) de la capital asturiana.

Y fue al cruzar la puerta del establecimiento cuando el progreso técnico antes referido supuso un impacto visual de primerísimo nivel. La primera idea que cruzó por mi cabeza fue que estar allí era una mala idea, la segunda idea que cruzó por mi cabeza fue una repetición de la primera. Pero al fin y al cabo ya estábamos allí, y teníamos una misión.

Invito a todos los lectores a comprobarlo por si mismos, y al mismo tiempo les garantizo que la experiencia del sex shop no les habrá de dejar indiferentes. Mi primera intención para titular este artículo fue pasión en látex pero me temo que no sería verídico, pues parece ser que el látex esta terriblemente desfasado. En cualquier caso, los amontonamientos de cajas con falos de plástico de colores llamativos, las vaginas artificiales (estas si que eran de látex), los aparatos de simulación de sexo oral, las bolas chinas, esposas con forro, cadenas, mascaras, fustas y accesorios de cuero, las montañas de pornografía, y los botes y botes con substancias gelatinosas, pueden confundir, pueden ofender, lo que sin duda no hacen es dejar indiferente.

Esta claro que el mundo esta perdiendo calor humano, si para bien o para mal ya veremos, los jóvenes se relacionan mediante las redes sociales, los adultos cada vez más también, confiamos en las máquinas para hacer nuestro trabajo y ahora también para este otro tipo de trabajos.

Desconozco quién inventó este tipo de aparatos, o que tipo de razonamientos le empujaron a desarrollarlos. No se que puede empujar a alguien a gastarse una cantidad importante de dinero en algo así, ni si lo considerará bien gastado. Lo que si he consultado son los beneficios del sector, que resultan ser muy importantes. Por lo tanto el progreso técnico al que me refiero es a esta nueva tecnología destinada al cajón de la mesilla de noche. Y ni siquiera sé, si todo esto me parece bien, si ofende mi ética y mi moral o simplemente mi orgullo masculino. Quizá sea miedo. Parece que el amor se haya perdido, al menos la idea clásica de amor, quizá nunca existió, tal vez esto sea suficiente para la gente. Lo único que sé, es que cuanta más felicidad haya en el mundo mejor. Aunque sea felicidad a pilas.

Más en: http://diegocozar.wordpress.com/

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