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Trap: la música de una generación nihilista

14 de Febrero del 2018 - Belén Castellanos Rodríguez (Gijón)

El ser humano se ha mostrado receloso hacia lo nuevo. En ese sentido, observamos una tendencia conservadora que solo valora los productos culturales cuando entran en el flamante pasado. Tal vez, se trata únicamente de un egocentrismo del saber, por el que nos mostramos receptivos solo a aquello que, terminado y delimitado, podemos estudiar e interpretar en su conjunto, con la perspectiva y distancia que nos permite saber a dónde fue a parar y cuáles fueron sus efectos sobre la sociedad. Sin embargo, de entre las artes, es una bien vital y cotidiana, la música, la que por reflejar un espíritu epocal y servir como síntoma del ánimo y humores de cada generación, recibe, en cada uno de sus ciclos, las más feroces críticas, en su mayoría irreflexivas y repetidas a modo de mantras elitistas. Uno por uno, el tango, la salsa, la samba, la bossanova, el rock, el punk, la música heavy e incluso el jazz, es decir, todos los géneros que procedían de las capas populares, fueron fuertemente desprestigiadas y los tópicos fueron siempre los mismos: Inmoralidad, obscenidad, vulgaridad, simplicidad... En cambio, con el tiempo, lo que era obsceno y vulgar pasa a ocupar un lugar de prestancia en la cultura general y serán los nuevos ritmos los que reciban, una por una, las mismas críticas. Observamos en ellas el tremendo conflicto generacional. A partir de los 90 fue el rap y sus derivados, los que se fueron abriendo hueco entre calumnias. Al entrar el nuevo milenio, el odio al reguetón se convirtió casi en una consigna del buen gusto. Ahora, le toca aguantar el chaparrón al trap.

El trap es hoy la máxima expresión del Volksgeist. Capta el nihilismo que asola las almas de todos, querámoslo o no. Es el síntoma del milenio. El nihilismo ya no es la propiedad de unos cuentos rusos extravagantes. Lo que pasa es que el nihilismo ya no es de ricos. En nuestros tiempos apenas vivimos la revolución si no es como lamento. Ya todo el mundo sabe que no podemos esperar ni a la revolución ni al sentido ni mucho menos al Estado para vivir, para hallar reconocimiento, para conseguir recursos, para defendernos de las agresiones, para bailar... El trap es el síntoma y manifestación de que después del fracaso del capitalismo no vino el socialismo sino la mafia, la prostitución, el contrabando... La favela se está globalizando. El trap es la muerte de los meta-relatos. Aunque nos pese, le da la razón a Lyotard. Y también hay que saber amar la vida que tenemos. El trap es la deconstrucción de los discursos épicos, del progreso y del amor. El anti-chamuyo, podríamos decir. Por otra parte, viene a dividir a los que entienden la ficción y a los que no, a los que entienden el carácter de verdad de la palabra del arte y a los moralistas. Nos pregunta por qué iba a valer la violencia y el sexo en el cine y no en la música. Si vale Tarantino, vale Bad Bunny. Y si murió el amor, murió. Por más que no quieran hacerle frente a eso, el trap está en los auriculares de todos los niños. El trap es la verdad.

El trap debe escandalizar. Es la voz de las subculturas marginalizadas y maltratadas. Es el negro, es el gitano, es el musulmán, es el hijo del heroinómano, es el que vende cd's, el que reza en el culto, es la prostituta, la presidiaria. Es la mayoría minorizada. Toda la política profesional, desde la más reaccionaria a la más marxista, ha subestimado la fuerza del lumpenproletariado al mismo tiempo que exprimieron y rentabilizaron su frustración porque, al final, ¿quién está dispuesto a morir? ¿quién sobrevive al caos? ¿quien se atreve a desafiar la ley? ¿quién, de verdad, no tiene nada que temer? Incluso, ¿quién se atreve a saber quién es? Si hay un pobre que ha mantenido la conciencia de clase, ese es el lumpenproletariado. Y tiene su forma de decirlo (¿cínica? Y ¿cómo iba a ser si no? ¿esperanzada, emprendedora, plañidera, agradecida?). Y tiene su arte, porque el arte siempre nace negro. El cante y el baile son negros. El trap no puede menos que escandalizar porque ha puesto el inconsciente patas arriba y es por algo que no crea indiferencia sino recelo, odio, miedo. No es nada nuevo. Se desprecia el trap como se desprecia al negro, al gitano, al musulman, al hijo del heroinómano, al que vende cd's, al evangelista, a la prostituta, a la presidiaria... (sí, otra vez). Y todo ese miedo ¿no es culpa? Queremos un pobre sumiso, que no pida para vino ni para bombones, solo para un plato de lentejas... Y estos traperos tan ordinarios con esas joyas y ropa cara y haciendo ostentación con el dinero... Ah, ¡no puede ser! ¿Es que van a entrar en nuestros ateneos y en nuestros campos de golf? ¿Y van a contarle a todo el mundo lo que se hace en ellos? ¿Y van a contar el secreto? ¿Qué secreto? ¿Qué el dinero mueve el mundo? ¿Qué los billetes son fetiches? ¿Que tienen todos restos de cocaina? ¿Que compran amigos, amor y sexo? ¿Acaso van a airear que los hombres no se enamoran, que quieren intercambiar mujeres, que tiran a todo lo que se mueve? El desprecio del trap es lo de siempre: matar al mensajero. Pero el lumpenproletariado se está empoderando y tiene más calle, más mundo, más mezcla. En el trap, puta no es un insulto, ni loco, ni negro..., ni mamada, ni culo, ni corrida es tabú. Nombran lo que somos y lo que hacemos y reivindican su derecho a ser tan poco virtuosos como los demás. El trap amenaza el moralismo. Viva el trap.

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