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Los aranceles de ayer, los nacionalismos de hoy

15 de Febrero del 2018 - Gerardo Fernández García (Avilés)

Una de las virtudes del ser humano es la capacidad de entenderse con sus semejantes a través de un mismo lenguaje hablado y escrito. Y digo virtud porque eso, al menos eso, nos diferencia de la especie animal. Sin embargo, para entendernos entre semejantes de distintos países y con distinto lenguaje debemos realizar un trabajo recíproco. El coste lo ponemos en función del esfuerzo. El bien material y comercial de ayer es hoy el lenguaje y su capacidad de entendimiento.

El intercambio material de bienes y servicios hizo rodar la sociedad, lo sigue haciendo hoy. El nacionalismo hizo crecer a las regiones en la defensa de sus costumbres, de su lenguaje, de la cultura propia de un lugar asociada a sus gentes. Pero hoy no lo hace como ayer, porque se ha convertido en un objetivo político. El nacionalismo en España camina como elemento divisor de regiones, porque si ayer nos entendíamos hablando, hoy buscamos excusas para no hacerlo, erróneamente y de manera intencionada, impulsando las lenguas propias de las comunidades autónomas en detrimento de la lengua matriz y oficial, el castellano. Y el error no está en lo primero, sino en lo segundo. ¿Tienen sentido unas lenguas cooficiales y otras no? ¿Es la cooficialidad verdaderamente el problema o lo son la regulación y el alcance para su uso? ¿Puede resultar un inconveniente a quien no decida invertir su tiempo en aprender una lengua autonómica? ¿Nos impide avanzar como sociedad madura? No debería, si eso nos ayuda a crecer como región dentro de un país, a sentirnos más orgullosos de lo nuestro. Ahora bien, nunca desde un enfoque autoritario por emplear una lengua en detrimento de la otra, nunca el carro antes que los bueyes. ¿Puede resultar una lengua cooficial un requisito laboral imprescindible en una autonomía cuando en otras ni siquiera existe la cooficialidad? ¿Puede un país desequilibrarse con este tipo de arancel interno? No debería, pero la respuesta es un sí preocupante.

El nacionalismo demócrata ha derivado en un nacionalismo separatista, tan ególatra como egoísta, capaz de dividir y enfrentar a semejantes, no ya del país, sino de la propia región. La función política precisa y necesita revisar estos términos, y sin duda iniciar una regresividad de la forma separatista en favor de la forma demócrata. Sí a aquello que nos enriquece, no a aquello que nos divide y confronta. De lo contrario, la disputa entre autonomías de hoy será la disputa entre ciudades de mañana.

Mucho de lo descentralizado años atrás nos enfrenta ahora, se debate una financiación autonómica que busca el reparto equitativo y justo, la homogeneización impositiva, la dilución de desigualdades, la solidaridad entre las autonomías y un largo etcétera que sólo puede hacerse desde un punto de vista demócrata, de país. Es un momento para reflexionar, dar un paso atrás, tomar impulso y seguir avanzando. Quizás haya luz al final del túnel, seguro que sí, pero quizás la salida sea demasiado estrecha para todos si no cambiamos el rumbo nacionalista actual.

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