El deporte no es un artículo de lujo
El pasado 28 de enero de 2018, en el programa de la Sexta “El objetivo”, se le hizo una entrevista al ministro de Educación Cultura y Deporte del Gobierno de España, Íñigo Méndez de Vigo. Tras ella, diferentes personas de diferentes ámbitos de la sociedad, –desde parados de larga duración a profesionales de la sanidad–, continuaron el cuestionario.
Uno de los planteamientos al ministro fue establecer la fecha de bajada del llamado “IVA cultural”, a lo que respondió que estaba en los planes del Gobierno, sin comprometer una fecha. Formando parte del colectivo del mundo del deporte, como docente y empresario, eché en falta ampliar la pregunta al IVA en el deporte, entendiendo que no se nos consideraría en tal caso dentro de esa bajada. Expongo esto ya que según un informe realizado por la Federación Nacional de Instalaciones Deportivas (FENEID), por cada euro que se invierte en deporte se ahorran aproximadamente tres en medicamentos. Creo que éste es un dato más que relevante, dado todos los recortes que se siguen aplicando a nivel nacional.
Es por lo que afirmo en el título de esta carta, que el deporte no es un artículo de lujo, o al menos, no debería ser considerado así. Actualmente, los centros deportivos estamos pasando por una situación tanto económica como profesional lamentable, debido a la subida en su día del IVA, que pasó del 8 por ciento al 21 por ciento. Es fácil la cuenta: casi el triple, más del 150 por ciento de subida de golpe. Esa circunstancia la aprovechan las grandes empresas de capital riesgo para invertir en grandes cadenas de centros deportivos, así de esa manera aglutinar al mayor número de socios a unos precios que no corresponden con la calidad del servicio que deberían prestar.
Digo deberían porque no lo prestan. No es un cuidado exclusivo, no hay una tecnificación adaptada, no hay protocolos en riesgo de lesiones, no hay programas adaptados, no hay, en definitiva, deporte de calidad. Por poner un ejemplo, no se puede dar una clase de pilates a 50 personas a la vez con un único monitor. Es lógico que no pueda hacer ningún seguimiento, ni corregir los movimientos mal hechos. Será una clase sin alma, sin control, y por ende, con riesgo. Y eso es lo que fomenta la medida en cuestión. Se prima la cantidad y se sacrifica sin escrúpulos la calidad. ¿Y quién asume las lesiones derivadas de esa falta de rigurosidad? ¿Cómo podemos competir los pequeños pero especializados centros deportivos? En precio es imposible, y ni nos planteamos rebajar el servicio, ni repercutir en nuestros clientes fieles los desequilibrios que nos genera. Estamos indefensos. Este es un ejemplo de lo que puede traer consigo un mal uso del ‘bajo coste’.
Admitiendo y defendiendo que el deporte debe estar al alcance de todos, no es menos cierto que debería tener ciertas garantías. Los mismos informes a los que hacía mención dicen que entre un 8,2% y un 11,1% de la población practica deporte en gimnasios, polideportivos o clubes deportivos. Lo que no se debería hacer es multiplicar esas cifras a base de sacrificar un mínimo nivel. Sería una buena noticia que ese aumento llegara facilitando el deporte de calidad y controlado por profesionales. Ganarían las personas que hacen deporte, se ahorraría mucho la seguridad social, y los que propiciamos ese tipo de actividad entraríamos en la senda de la recuperación. Aún con todo, seguimos trabajando en la creencia de que estamos en el camino correcto. Ojalá por todo lo expuesto, se nos tome en consideración.
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