Jolanta
Judía fingida en la Polonia nazi. Objetora de conciencia deconstruida. Lazareto ambulante. Activista mentirosa. Nemotecnia en papel de seda. Tábano en la consciencia. Adalid de acritud ausente.
Ayer, Irena Sendler hubiera cumplido cien años. Nacida en Varsovia, hija de un médico rural que le inculcó principios que ella condensaba en dos frases: a la gente se la divide en buenos y malos sólo por sus actos, no por sus posesiones materiales. Hay que ayudar a quien lo necesita sin mirar su religión o su nacionalidad".
Cuando Alemania invadió Polonia Irena trabajaba en el Departamento de Bienestar Social, después los nazis aislaron a los judíos y ella consiguió una identificación de la Oficina Sanitaria que le permitía acceder al gueto de Varsovia; logró rescatar a miles de niños a los que proporcionaba una nueva identidad preocupándose de anotar el nombre judío de cada niño, la familia a la que pertenecía y el lugar o familia de acogida con la esperanza de que algún día pudieran reencontrarse, sólo ella supo dónde estaban enterrados los tarros de cristal que guardaron este comprometedor registro y, aunque fue arrestada, torturada y condenada a muerte, consiguió preservar el secreto. La resistencia polaca logró rescatarla y, mientras los nazis la daban por muerta, continuó su tarea con una nueva identidad. Acabada la guerra desenterró las notas y se las entregó a Adolfo Berman, presidente del Comité de Salvamento de los Judíos Supervivientes. Nunca le gustó hablar de lo que había hecho, siempre pensó que no era nada extraordinario: "Yo no hice nada especial, sólo hice lo que debía, nada más, cada niño que salvé es la justificación de mi existencia en la Tierra y no un título de gloria".
Irena Sendler falleció el doce de mayo de 2008. Para las personas a las que ayudó, su nombre es Jolanta, nunca pidió reconocimiento por lo que hizo, pero yo, que quiero creer que sus valores continúan vigentes, considero que deberíamos recordar sus palabras: "Podría haber hecho más, y este lamento me seguirá hasta el día en que yo muera" y, tal vez, empezar a ser coherentes y que lo que pensamos, creemos, y sentimos lo griten nuestras acciones.
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