Yo hablo bable

16 de Febrero del 2018 - José María Martínez Vallina (oviedo)

Yo hablo bable. Porque lo heredé de mis padres, porque en mi pueblo todos los hablábamos. Pero este bable del Oriente, de Cangas de Onís concretamente, en el que yo me expresaba de niño, no tiene nada que ver con el que hablan en el Occidente, en el otro Cangas, el del Narcea. Dos bables, según constata la realidad, muy diferentes. No podremos, según esto, hablar de una lengua unificada. Porque, además, éstos no son los únicos bables del Principado, cada lugar tiene su peculiar forma de hablar. Hasta no hace muchos años estaba bien que cada uno se expresase en su vida familiar, o con sus amistades, como le viniese en gana, quedando el universal castellano, que hablan más de 500 millones de individuos, para las cuestiones oficiales y para comunicarnos no sólo con el resto de los españoles, sino también, y además, con los ya mencionados 500 millones que lo hablan. Ésa era una cuestión que, en principio, no planteaba problemas aparentes, porque había un conjunto de etnógrafos que se encargaban de proteger ese patrimonio inmaterial que es el habla, para que quedase constancia de nuestra esencia, de nuestra lengua ancestral. Y, por supuesto, la libertad de que cada uno en el ámbito privado se expresase como mejor le pareciese. Y vuelvo al principio: yo hablo bable. Pero no por imposición, como quieren hacer ahora algunos políticos. Quieren, o al menos lo han intentado, normalizar nuestra forma de expresarnos a su manera, tomando de aquí y de allá normas que muchas veces se sacan de la manga. Diccionarios en los que se incluyen palabras de artilugios que mis abuelos no conocieron nunca. ¿Se trata de crear una lengua nueva? No estaría mal que así fuera, que surgiera un nuevo idioma por el que pudiéramos entendernos todos. Pero no, se trata de lo contrario, de imponer una lengua que quienes son jóvenes, quienes están en edad escolar, tienen que estudiar. Y yo me pregunto para qué, para entenderse con quién. ¿Tal vez entre ellos? No comprendo muy bien ese interés que va mucho más allá de la conservación de una forma de expresarse, que ya dije varía mucho de Oriente a Occidente, que vislumbra más intereses privados que del bien común. Y volvemos siempre al mismo punto: al de los intereses políticos. Políticos que deberían estar al interés del bien común y que casi nunca lo están. Yo me pregunto qué beneficios, dejando a un lado los sentimentalismos, que no creo que sea por lo que se mueven, puede tener la cooficialidad de dos lenguas si una de ellas no significa nada más allá del Pajares. ¿Tal vez queremos emular a Cataluña? ¿Tal vez algún político vive en la utopía del nacionalismo asturiano? Los resultados, si pensamos en Cataluña, saltan a la vista. Y además, tal y como va la enseñanza, ¿no sería mejor impartir alguna asignatura que fuese útil más allá de nuestras fronteras que cargar a los estudiantes con el aprendizaje de un idioma que se hablaría únicamente en 10.000 kilómetros cuadrados, que es la extensión de nuestro Principado? Una última pregunta, ¿dónde está el beneficio de que los formularios oficiales se redacten en dos lenguas? ¿Tal vez caso de ser sólo en español alguien no lo entendería? Se huelen intereses muy diferentes al bienestar de quienes emitimos el voto para que nos representen. Por no hablar del coste económico que esto supone, precisamente en estos momentos en que por falta de presupuesto algo tan esencial como la Sanidad, por poner un ejemplo, nos coloca en listas de espera nunca vistas.

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