Divagaciones de invierno
Hay momentos en los que en política surgen preguntas muy incómodas. ¿Por qué las sociedades eligen gobernantes antisistema que las pueden conducir al despeñadero? ¿Por qué los venezolanos votaron a Hugo Chávez a fines de 1998 y desde hace años mantienen en el poder al delirante Nicolás Maduro, ornitólogo y médium, experto en la comunicación con los pájaros y los muertos, ambos asesorados por nuestros relevantes profesores universitarios Pablo Iglesias y Carlos Monedero? ¿Por qué en un numeroso grupo de países iberoamericanos gobiernan o han gobernado Evo Morales, Correa, Cristina Kirchner, Fujimori, Lula y tantos otros populistas o neocomunistas? Y en Europa, ¿por qué los griegos eligieron a A. Tsipras, líder de la Coalición de Izquierda Radical, los austriacos a S. Kurz, de la extrema derecha, los checos a A. Babis, de la Alianza de Ciudadanos Descontentos, etcétera, etcétera, y en USA al “fenómeno” D. Trump…? ¿O en Rusia, al “zar” Putin…?
La clave parece estar en la fragilidad de las democracias liberales, un débil diseño institucional surgido a finales del siglo XVIII para poner fin al Antiguo Régimen. Una forma de gobierno basada en la combinación de libertades políticas y económicas que exige el inexorable cumplimiento de los principios en que se sustenta y proclama para poder prevalecer y cuyo consenso general se puede concretar en estos principios:
-Todas las personas, y muy especialmente quienes participan del poder, tienen que colocarse bajo la autoridad de la ley y no puede existir impunidad para los violadores de las normas.
-Es indispensable la transparencia total en los actos de gobierno y la rendición de cuentas periódicas y obligatorias.
-La Constitución existe para proteger los derechos de los individuos, incluso y especialmente de la voluntad de las mayorías.
-El Estado posee el monopolio de la violencia por libre delegación de la sociedad, que regulará y vigilará el uso de esta delicada facultad por medio de quienes administran justicia.
-La justicia –y la solución de los conflictos– tiene que ser absolutamente independiente, razonablemente eficiente, rápida y ajustada a derecho.
-El método de cooptación y reclutamiento en la esfera pública ha de ser la meritocracia y no la arbitrariedad partidista ni el clientelismo.
-Las personas deben percibir que tienen una posibilidad razonable de “buscar la felicidad”, siempre y cuando actúen dentro de las reglas establecidas.
-Es vital que los individuos perciban que si estudian, trabajan, se esfuerzan y cumplen las reglas, sus formas de vida mejorarán paulatinamente. Nada concede más estabilidad a una sociedad que la esperanza en un futuro mejor.
-Una democracia liberal no puede dar la espalda a los ciudadanos que padecen serias desventajas. La cohesión social aumenta cuando está presente la solidaridad.
Cuando uno o más de estos principios comienzan a ser ignorados y esa hipócrita transgresión coincide con una crisis económica más o menos severa, ante los ojos de muchas personas poco a poco se devalúa la forma de relación entre sociedad y Estado conocida como democracia liberal. Es en ese punto cuando proliferan los “indignados” y los “antisistema”. Y la desafección por la política.
La otra pregunta inevitable es por qué no enterrar a las democracias liberales si no han dado los frutos que de ellas se esperaban. Pues es sencillo de explicar: porque sabemos que cuando se cumplen los dichos principios esas sociedades se desarrollan y funcionan. Es lo que sucede en los veinte países más prósperos del planeta, adonde quieren emigrar los desgraciados de todas partes. Lo que se impone es la corrección del sistema, no su demolición.
También sabemos que los antisistema –neocomunistas, populistas, ultraderechistas y dictaduras “civiles”– suelen agravar los problemas que supuestamente pretenden solucionar, y hay ejemplos bien patentes. Si en nuestra España llegara a imponerse una coalición de partidos de izquierda, ultraizquierda, radicales y populistas, lo de los años 30 del siglo pasado se vería reproducido. Y exacerbado. Seamos conscientes y responsables.
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