Owen y Kent en la ciudad
Cuando hace dos años escribí un breve elogio de la dignidad no sabía cómo se llamaba Owen y a Kent ni lo conocía. Del primero, sujeto causante de aquel texto, dije que era un emprendedor nato que se había inventado el trabajo de estar pendiente de todo lo que se movía por los alrededores del cruce de calles que había elegido como centro neurálgico de su negocio, que montó sin necesidad de inversión inicial y con unos gastos de actividad mínimos, pues partía de cero. Sus principales "clientes" eran los coches que se acercaban con intención de ocupar alguno de los huecos que Owen conocía antes de que se abrieran, y también las señoras mayores que salían cargadas del supermercado cercano o tenían problemas para cruzar la calle.
Owen desapareció hace un año, o más, y entonces pensé que alguien con mayúsculas lo vio moverse y le ofreció más dinero, y quien sabe si Seguridad Social, por hacer otra cosa y pasar menos frío. Pero un sábado imprevisto volví y allí estaba él, quizás para conseguir un extra y saludar antiguos recuerdos. Aproveché para pedirle su nombre y número de teléfono, cosa que casi me dio vergüenza por no haberlo hecho antes a pesar de tantos instantes compartidos, yo buscando y Owen encontrando.
Tiempo después conocí a Kent mientras intentaba aparcar en una zona turística de la misma ciudad. Era también una persona muy dinámica y con iniciativa para poner orden en su entorno, pero cuya oferta de servicios a la comunidad no podía ser tan variada como la de Owen, debido a la muy distinta configuración de su entorno. Pero eso sí, allí nunca faltaron candidatos para sustituir a los que se iban, como también parece haber hecho Kent. En cambio, donde Owen gobernaba nadie ha llenado su hueco y ahora tardo más tiempo en encontrar uno para no seguir contaminando. Pero lo peor es que parece como si en esas calles faltara algo, y no solo alguien.
Hay personas casuales, que aparecen y desaparecen pero que son importantes para todos mientras están, sin necesidad de papeles y en ocasiones ni nombre. Sirven, por ejemplo, para recordarnos la buena educación de saludar.
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