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Porcelanismo emocional, la censura del siglo XXI

28 de Febrero del 2018 - F. Javier Monge (Oviedo)

"Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido."

Uno no puede evitar esbozar una sonrisa, al citar al "Canciller de Hierro" Otto Von Bismarck; aún digiriendo las noticias que se han acontecido en las últimas semanas.

Uno se pregunta si hay algo peor que haber aguantado décadas de una rancia dictadura pero automáticamente surge un respuesta: sí, heredarla. Al menos durante ese periodo, la gente que lo vivió, sabía de manera meridiana entre qué límites se movía su libertad: más bien poca, en general, y nula en el plano intelectual. Hoy en día no sólo no hemos roto con lo anterior sino que ahora los tintes democráticos, con los que nos quieren hacer creer que están bañadas las instituciones, no han hecho sino trasladar el, aparentemente difunto, rol de censor a la sociedad civil.

Un servidor ha bautizado la adquisición e integración de esa labor censora, cimentada en lo meramente visceral, como "porcelanismo emocional": sentimientos quebradizos que, lejos de motivar el debate y la diversidad de opiniones, se convierte en el dogma de la represión intelectual moderna bajo el cual el censor presenta una afrenta a su honor, o a algo relativo a él, y el autor, sencillamente, no sabe de dónde le están cayendo.

Lo que en el párrafo anterior se presenta podría ser algo aceptable si de cuatro palabras mal dichas en torno a un café se tratase; pero los sucesivos gobiernos, casposos recalcitrantes, se han servido de unas leyes ambiguas y mal redactadas al servicio de la represión y en virtud de las cuales todo el mundo adquiere el derecho a ofenderse por todo. Si bien uno no es jurista para valorar la bondad de las leyes que hoy nos legislan, para ello ya tenemos a los ajenos del bien amaestrado poder judicial: para decirnos que esto es una locura; uno es ciudadano y usuario de redes sociales. Algo no marcha bien si un ciudadano, que no está vinculado con ningún movimiento ni organización ilegal, no tiene la seguridad de que, tras el repique del teclado en la última palabra de su página personal, no vaya a tener a un caballero de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado con unas esposas en el marco de su puerta.

Un caso en particular de la conjunción de esta tendencia, que infecta las conversaciones como una mala gripe, y el amparo de los sucesivos gobiernos después de más de cuarenta años de pseudodemocracia que, últimamente en particular, se han esforzado por contener y reprimir la agitación que sólo el pensamiento y las palabras pueden generar; se plasma de manera fehaciente en los que habitan con un pie en la Zarzuela y otro de safari.

En aras a encontrar el valor relativo de lo que ahora está sucediendo conviene echar una mirada atrás. Cuando El Caudillo, por la gracia de un Dios que abandonó a media España, comenzó a plantearse la cuestión sucesoria barrió hacia una institución de tan rancio abolengo como el suyo, cuyo relevo tenemos ahora con dos gemas por ojos y un papel de fumar por curriculum: La Corona. No se hicieron esperar las discrepancias de aquellos que, o bien disentían de la ascendencia del sucesor, o no acababan de casar con el perfil intelectual, que algunos describen como distante a lo que podría considerarse rayano a la normalidad. Esos Carlistas y Falangistas, unidos al unísono por los lazos que sólo puede forjar un enemigo común, colgando pancartas que decían "¡No queremos reyes idiotas!", ¿qué dirían hoy?

Pues teniendo en cuenta que el segundo lema que acompañaba ese día era "¡Franco sí, el principito no!" probablemente estarían, como se dice a nivel de calle, partiéndose la caja con lo que nos han vendido como libertad de expresión.

En la misma semana han: dictado cárcel contra un rapero, cancelado una exposición de presos políticos y secuestrado un libro. Estamos ociosos por escuchar la canción de Marta Sánchez al respecto.

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