Predicar como el Papa
En el descreído y mediocre de nuestro siglo XXI, frente a los sermones nebulosos que endiña tanto predicador desganado, destaca la predicación franca, clara, sabia, concreta y mesurada de nuestro Papa Francisco. Un jesuita sencillo, que sonríe a menudo, y que también sabe ser enérgico cuando la ocasión se tercia, pero que siempre predica dando doctrina sabrosa.
Hace pocos días nuestro antiguo director de la Academia de la Lengua, Víctor de la Concha, paisano nuestro, estuvo en Roma presentando al Papa una nueva edición del “Quijote”. Y durante esos veinte minutos de audiencia descubrió que es un hombre atento, realista, moderado, bienhumorado y luchador. Cualidades que le vienen bien al decidor del Evangelio para dejar a un lado las nebulosidades místicas que tanto desagradan a sabios y a ignorantes.
Hoy, me decía hace unos años Anson, se “habla”, ya no se “predica”. Cierto. Y es que predicar es aquello que recordaba un franciscano del Quattrocento, San Bernardino de Siena: el predicador debe hablar con claridad, hondura, pasión y sencillez; cuatro virtudes que debiera repasar todo predicador antes de preparar la homilía. Y es que los que siempre leen aburren, los graciosos desconciertan, los remisos no aterrizan, los ampulosos desentonan, y los enfadados son inaguantables, y los que predican rosas y perfumes… estomagan.
SUMARIO: Frente a los sermones nebulosos y desganados
¿Quién nos queda que predique el Evangelio con claridad, hondura, con pasión y sencillez? Alguno queda, pero pocos. Siempre me lo recordaba mi amigo Salva Tejedor, “sólo se predica bien cuando se habla de lo que se ama y se conoce de lo que se habla”. Y, sobre todo, Manolo, cuando se ama al auditorio más que a uno mismo. Y es que cuando uno no ama al auditorio, nunca será breve ni tendrá sentido del humor.
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