En lo que nos hemos convertido
“1984” o “Rebelión en la granja”, de George Orwell, son obras demoledoras sobre la condición humana. No lo son menos las novelas de Dickens, Zola o el más reciente Ken Loach.
La Revolución Industrial trajo inicialmente consigo unas condiciones laborales y de vida durísimas. Surgieron el movimiento obrero y la llamada “cuestión social”. Hoy la idea colectivista ha sido sustituida por las sesiones de Pilates, el culto al yo, los juegos de rol o las series Netflix de pago. Las teorías marxianas fueron superadas por el Planeta Hollywood y la búsqueda del Grial.
Se tiende a hacer a todo el mundo cliente o consumidor. Los cambios son incesantes en trabajos muy exigentes y volátiles. Lo posmodemo y todo el pensamiento de las escuelas de negocios, las grandes corporaciones y sus think tanks nos han convencido casi de la inexistencia de clases sociales. Es de mal gusto hablar de ellas. Sólo existiría el individuo autodeterminado en “competencia perfecta” meritocrática. Nuestras sociedades se han democratizado del mismo modo que son de gran estrés. Hay demanda de sentidos eclécticos y de fusión. De Spa y Zen.
Vivimos de ilusiones inducidas y con falsas conciencias pero hay paz, un sistema de garantías e imperio de la ley: en la práctica, el triunfo de la representación indirecta a través de partidos y sus conexiones con los electores, de la democracia deliberativa y de la participación en coexistencia.
La izquierda europea, cuyo distintivo es “la lucha por la igualdad” de trabajadores y sectores desfavorecidos, ya no guarda relación alguna con la uniformización autoritaria y es defensora de causas tan justas como las de las mujeres, pensionistas, discapacitados y minorías vulnerables.
El pensamiento democrático debe mucho a la izquierda y los movimientos sociales de corte posibilista, sindical y ecologista. Incluso cuando nuestro modelo Estado del bienestar comunitario corre un peliagudo riesgo por razones demográficas y estructurales, teniendo su base en los decimonónicos Estados-Nación y sus gentes, que casan regular con una economía especulativa planetaria de flujos instantáneos. La economía-red global y de paraísos fiscales. La opacidad,
Ser progresista, sin caer en lo frívolo, es ser fiel a la memoria de las conquistas sociales y seguir haciendo extensivo al mayor número posible de personas bienestar, oportunidades y cultura.
Se trata de pensar en la totalidad de la población de modo inclusivo y amable.
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