La Nueva España » Cartas de los lectores » Los magistrales del coro

Los magistrales del coro

24 de Febrero del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

En «El atrio de los gentiles», documentado y enjundioso texto del párroco de San Pedro de Gijón, don Javier Gómez Cuesta, se afirma lo siguiente: «No estamos en una Iglesia críptica o acomplejada ni de guetto. Es evidente que hay diversas sensibilidades, como se dice ahora». (29-01-10). ¿Accederá LA NUEVA ESPAÑA a publicar la discrepancia razonada de un lector de a pie con ese ilustre reverendo al que no tiene el honor de conocer? Que en la Iglesia de Asturias haya diversas sensibilidades, lejos de parecerle evidente, le parece a este lector más bien muy problemático, pues leyendo LNE uno tiene la impresión de que no hay más sensibilidad que la que expresa el propio reverendo Gómez Cuesta y sus colegas Díaz Bardales y Alberto Torga y Llamedo. En primer lugar porque, a no ser que uno sea un lector muy distraído, es prácticamente la única que se manifiesta. ¿Callan los demás sacerdotes porque consienten o porque no les es fácil tocar pelota en una cancha parcialmente copada? El hecho es que el trío citado, más que llevar la voz cantante, canta casi en exclusiva en un coro eclesiástico muy mayoritariamente silente. Y la sensibilidad que manifiestan ¿no es sensiblemente la misma, con matices más de registro que de contenido?

Lleva toda la razón, en cambio, el señor Gómez Cuesta al invocar una Iglesia desacomplejada, al menos en lo que les concierne. En efecto, no se les ve nada incómodos con ese oligopolio de expresión en el que gozan, por así decirlo, de barra libre mientras a los demás colegas de presbiterado, si algunos quisieran decirnos a su vez dónde les duele, les tocaría hacer cola en «Cartas de los lectores», para aterrizar, si hay suerte, en el limbo de la edición digital. Aunque digital también lo es esta canonjía de magistrales que ejercen estos tres, de forma colegiada, con meritoria asiduidad. ¿O acaso les fue asignada por concurso de méritos? En cualquier caso, desde los tiempos de don Eliseo Gallo (que lleva la tira de años descansando), no se había vuelto a ver un magisterio eclesiástico tan periodísticamente asentado como el de este meritante triunvirato. La clave de lo que pasa nos la daba don Esteban Greciet (que conoce bien el paño) cuando se preguntaba en una de sus luminosas y demasiado espaciadas «Claves de sol» si determinados movimientos clericales no respondían a estrategias de grupo de presión.

Hablando de sensibilidad, he aquí algunas perlas de un muy surtido collar de la paloma. La Cruz de la Victoria es el mayor emblema de poder del siglo X; eso han escrito. La victoria que esa cruz recuerda es la de Covadonga, el Maratón de los cristianos; la primera de una serie a la que se debe, por ejemplo, el detalle, al parecer intrascendente,... de que las mujeres, en el mundo occidental, vayan a cara descubierta, en vez de ir enfundadas en un elegante burka. Pero no se desanimen, todo se puede desandar si empezamos a hacer ascos a las victorias de la cruz: en una importante aglomeración francesa, socialista de toda la vida, los musulmanes ya han impuesto la separación de género en las piscinas municipales.

En el 34 la Cruz de la Victoria quedó sepultada bajo los escombros de la Cámara Santa, dinamitada por esa izquierda tan marchosa con la que nuestros curas andan amorosamente de la mano, encantados ellos y ella de haberse conocido. Hasta sentaron un canónigo en la comisión de la Memoria Histórica, para borrar del callejero ovetense el nombre de los fachas que en el 36 y el 34 impidieron la entrada de los libertadores que venían a implantar en la capital la liberté, la égalité y la fraternité (eso sí, añadiendo al menú, como compango, una buena ración de dinamita). La placa de los seminaristas casi adolescentes, masacrados en el barrio de San Lázaro, no fue necesario retirarla, porque nadie nunca la había colocado. Algo habrían hecho aquellos desgraciados chavales. ¿No dicen que los pillaron estudiando latín? Hay frivolidades que, en tiempos revueltos, se pagan con el paredón.

En Gijón no hizo falta comisión; esa prelatura nullius donde despliega nuestro comando su apostolado de avanzadilla exhibe un callejero políticamente muy ecuménico, donde te puedes encontrar, por orden alfabético, con Salvador Allende, Bertold Brecht, González Peña, Dolores Ibárruri, Pablo Iglesias, Manuel Llaneza, Carlos Marx et ita porro, que diría el clásico (pero ¿por qué le llamarán a Marx Carlos y no le llaman a Brecht Bertoldo?). Volviendo a nuestra cruz, en el 79 la Iglesia la tenía tan celosamente custodiada que un delincuente común pudo robarla y destrozarla a martillazos. ¿Emblema de poder la Cruz de la Victoria? Más bien recordatorio y símbolo, tan doliente y desvalido como hermoso, de que en Asturias los políticos y los eclesiásticos (unos por agresión, otros por omisión) fallaron escandalosamente en la transmisión de la herencia recibida.

Otra perla: no les gustan nada los recibimientos multitudinarios al Papa de turno. De turno, como si el sucesor de Pedro en la sede de Roma fuese un traumatólogo o un bombero. Recibimientos multitudinarios, ¿qué quieren? ¿Que el Papa se quede en casa o que viaje de incógnito? Al parecer la fe mueve montañas, pero no estaba previsto que desplace autobuses. Para los romanos, la pietas es la virtus (cosa de varones) del respeto al padre; no se muestran muy romanos estos curas al tratar al sucesor de Pedro como un producto de serie. Una sensibilidad de lo más fino. Y no ya finos, sino exquisitos cuando sustituyen la vieja palma del martirio por un reluciente kalavniskov al acogerse a la franquicia de un cura guerrillero.

«No queremos ser incómodos por genética», escribe don Javier. Debe de ser una versión culta del más castizo «ejercer de mosca cojonera». No sería cortés evocar lo de excusatio non petita. Pero es verdad que un cierto descoloque se nota en estos curas, y es que llevan años sin dar una: cuando el último cónclave apostaron por el arzobispo de Milán, pero la paloma, después de revolotear sobre la cabeza de Martini, terminó posándose sobre la de Ratzinger dejándolos con dos palmos de narices; se acordaron entonces nada menos que de Paulo IV en el siglo XVI y se pusieron a techo, muy asustados, exclamando con San Ignacio: «Sólo queda rezar». Es obvio que nada hay en común entre el sabio y apacible Ratzinger y aquel intransigente cascarrabias que era el cardenal Carafa, así que debe de ser que estos presbíteros son una piña muy granada de Loyolas. Cuando la renovación de la Conferencia Episcopal, apostaron por Blázquez contra Rouco y tampoco hubo suerte; volvieron a apostar ahora por Blázquez para Oviedo y ya ven lo que pasó. Inasequibles al desaliento, todavía les quedan arrestos para echarle una mano al clero donostiarra, amotinado contra monseñor Munilla, aparentemente sin mejores resultados.

Que la Iglesia honre a sus mártires les parece inoportuno, casi un provocación. Según ese criterio no habría que haber canonizado a Tomás Moro, para no incomodar a los anglicanos cuyos valientes obispos de entonces se separaron de Roma por no contrariar la bragueta del rey. Cuando estudiaba Teología (que la estudié siete años, nec plura nec pautiora), a eso se le llamaba irenismo, con una connotación muy negativa. Me parece tanto más admirable la fidelidad de Moro a lo esencial cuanto que unos años antes, en tiempos de bonanza, había escrito su «Utopía», un texto en el que abundan las propuestas aún hoy heterodoxas. Tampoco les gustan nada las celebraciones masivas de la familia en la plaza de Colón y otras manifestaciones multitudinarias con obispos y pancartas. Lo que ellos postulan es una Iglesia pequeña; lo que, en boca de curas, suena a algo así como si gustándote el fútbol desearas que tu equipo pierda en casa. Como dice una amiga, pocas veces se habrá visto que unos curas hagan tanto ruido para reivindicar una especie de Iglesia del silencio.

Muy curiosamente, tratándose de curas tan comprometidos y hasta contestatarios, sus fobias y querencias coinciden casi «c» por «b» con las fobias y quereres del Gobierno socialista; en concreto, con las expresadas muchas veces por don José Blanco, Pepiño (que ese no se quejará de que no le haya dado Dios carisma), y por la Vice-presidenta De la Vega (otra pitonisa muy acreditada). ¿Será esta serie de convergencias en cadena lo que don Javier Gómez Cuesta denomina gran impronta social? (De Curia le vendría al galgo).

«Los cristianos progresistas tienen tanto miedo de ser los últimos cristianos que terminarán siendo los últimos marxistas». Eso dejó escrito un pensador francés hace casi 50 años. Aquí andan nuestros curas con todos los tics y los tópicos socio-progres, presentándose como el piso piloto de la más moderna progresía. ¡Verdaderamente vanguardista! Dos mil años de historia son ya una diacronía privilegiada que debería permitir a cualquier hombre de Iglesia moverse en una onda distinta a la de un concejal de IU o de Iniciativa per Catalunya-Els Verts (por poner dos ejemplos al azar). Una cosa es no esconder la luz bajo el celemín y otra querer estar siempre en el candelabro (como decía la otra).

Cartas

Número de cartas: 45941

Número de cartas en Septiembre: 45

Tribunas

Número de tribunas: 2082

Número de tribunas en Septiembre: 4

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador