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¿Estado de derecho o Estado de leyes?

3 de Marzo del 2018 - José M.ª Izquierdo Ruiz (Oviedo)

Tras milenios en el Hades, Sócrates, Platón y Aristóteles sintieron curiosidad por ver el efecto de sus doctrinas en la tierra, las unificaron, y volvieron al mundo de los vivos.

El azar les posó en un Estado con 17 nacionalidades, que les recordó las polis del Ática, y aún más los reinos de Taifa. Fruncieron el ceño porque los políticos presumían con su “Nosotros los demócratas”, es decir, todo para el pueblo, pero sin el pueblo, y añoraron su soñada Aristocracia, el gobierno de los mejores, más honestos, más sabios y competentes (los filósofos), que no tenían otro ideal que el bien de su pueblo, y ninguna ambición personal, todo lo contrario que la Kakistocracia, o gobierno en vigor, de los peores, similar a aquella corrupción de la Aristocracia llamada “oligarquía” (pocos pero malos), el gobierno de los ricos y poderosos, la “plutocracia”.

La Democracia no era, como se decía, el menos malo de los sistemas, sino el mejor entre los gobiernos desordenados. Además, con tanta libertad y libertinaje, podía acabar convirtiéndose en el peor de los sistemas, en términos absolutos, la Tiranía.

El que hubiera o no leyes, que fueran justas y se cumplieran, era el principal carácter diferencial entre los distintos sistemas y sus respectivas versiones corruptas. El problema estaba en saber en qué consistía la Justicia; y salieron del paso diciendo que la Justicia era la negación de la injusticia, y que también era la síntesis de la prudencia, la fortaleza y la templanza, y aun discutían si a la fortaleza mejor la llamaran el Valor como paradigma de todos los valores. Sócrates había anticipado que la clave del buen gobierno era la solidaridad, virtud que hoy día sustituye a la caridad como la tercera de las teologales, a fin de atraer a los sindicatos a la fe y a la esperanza. Que para su realización, el Estado debía eliminar la gran riqueza y la pobreza.

Sobre Leyes el que más había escrito era Platón, pero al no ser el portavoz hubo de conformarse con aceptar el principio en que coincidían los tres, que las actuales leyes favorecían a los opulentos. Pero ¿cómo poner el cascabel al gato? Que, a tal efecto, las mejores leyes y el mejor gobierno saldrían de la prevalencia de las clases medias (los ciudadanos de mediana o modesta fortuna) que velarían por la vía media y el bien general; y vieron con pesadumbre cómo, “allí y entonces”, las clases medias eran especies en extinción, acorraladas por los opulentos magnates, la banca, las eléctricas, las farmacéuticas, las multinacionales, los lobbies y las ONG humanitarias, con o sin ánimo de lucro.

Sobre Leyes, puntualizaron que el problema era trilateral: carencia de buenas leyes (vacío legal), malas leyes (inflación legal) y, no lo de menos, buenas leyes constitucionales que no se cumplían, como derecho al trabajo, remuneración suficiente para satisfacer las necesidades propias y las de la familia, distribución más equilibrada de la renta, pleno empleo, protección de la salud, vivienda digna, educación pública uniforme y demás. ¡Papel mojado!

Añadieron que las leyes no deben promulgarse sólo para mandar, sino también para convencer y promover la virtud; que el castigo no debe ser una venganza, sino un medio de rehabilitación, a lo que no conduce la cadena perpetua maquillada ni el endurecimiento de las penas. Pero lo principal sobre leyes es que no las hicieran los políticos, como aquí y ahora; pues éstos barrerían para casa, pero empolvando la casa ajena.

José M.ª Izquierdo Ruiz

Oviedo

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