Todo llega

7 de Marzo del 2018 - fernando martínez alvarez (grado)

A ella siempre le había gustado la idea del matrimonio. Así que en cuanto se le presentó la primera oportunidad de comenzar una relación con un muchacho se lanzó a ello sin pensarlo.

Eduvigis era una chica con carácter y enseguida pensó que no le iba a ser muy difícil dominar el cotarro de su entente con Leontino. Pero estaba equivocada.

Tras algún tiempo se preocupó; no es que ella fuera una mujer ardiente, pero se encontró algo inquietada por la frialdad y el desinterés pasional de su novio. Tal vez él profesara unas creencias religiosas profundas que ella, quizá, no había podido advertir. Así que le inquirió un dia: Leo, ¿qué pasa, es que yo no te atraigo?

...l, con la vista perdida en el horizonte, mirando a la nada con cierta desgana, le contestó: Todo llega.

Efectivamente, pensó Eduvigis, la razón tenía que ser su devota observación de las disposiciones de la Iglesia. Seguro que era un hombre muy religioso y por eso quería esperar.

Orientó entonces todos sus esfuerzos a la consecución del matrimonio, pues desde niña este había significado para ella la razón de su existir: conseguir hacer de su compañero el marido que colmara los deseos de todos sus años anteriores.

Y como el tiempo pasaba y él no decía al respecto esta boca es mía se lo acabó proponiendo ella. A lo que él contestó: Todo llega.

Una vez al fin casados, la cuestión afectiva tampoco cambió entre ellos, y aunque Eduvigis no era ciertamente una mujer de muchas urgencias carnales, pasado un tiempo, no se pudo contener y le dijo a su marido: Leontino, y los hijos ¿para cuándo?

Mientras hacía un alto en el sorber de su sopa de menudos, él le contestó con apatía: Todo llega.

Harta de su orfandad de ternuras y caricias se hizo amiga de Crescencio, un contratista de obras que trabajaba a menudo por la localidad. Nunca entre ambos llegó a ocurrir nada reprochable, nada inadecuado o inconveniente. Se encontraban y tomaban café, charlaban... y esto era ya mucho para una Eduvigis acostumbrada a las respuestas de dos palabras de su legítimo.

Pero llegado el "affaire" a oídos de Leontino le atacaron intensamente los celos, y como a un moderno moro de Venecia, sin preocuparse en absoluto de hasta dónde alcanzaba el "pecado" planeó maquiavélico su venganza:

Por un obrero de Crescencio se enteró de su intención de ir a una obra el domingo y subir a unas plataformas para inspeccionar el estado de los trabajos. Con las primeras sombras de la noche del sábado anterior Leontino se coló en la obra y con los mas brutos propósitos amañó las sujeciones de los andamiajes. Algunas horas después el contratista comprobaba la hechura de las ventanas del tercer piso y toda la estructura de los andamios cedió como un castillo de naipes bajo sus pies. Crescencio se rompió la crisma contra una hormigonera.

Entierro, tristeza, luto. Y Eduvigis, suspirando con un pañuelo ante los ojos le dice a su marido:

-Qué mala suerte.

-Todo llega.

Poco tiempo después ella pierde a todos sus familiares cercanos en un accidente de autobús. La condolencia que Leontino le da a su mujer es, por supuesto, su conocido aforismo: Todo llega.

Eduvigis hereda entonces una considerable fortuna familiar y una voyante empresa de mecánica agrícola. Pero su marido maneja dinero y negocios y no le deja tomar parte ni en capital, ni en gestión. Cuando se enfrenta a él y le exige lo que es suyo este le contesta: Todo llega.

Sin embargo, con la vida agitada de capitalista y empresario, a tan escueto y pronosticador marido, le sobreviene una repentina apoplejía que en menos de un día lo despacha para El Ciprés Triste, tanatorio del lugar.

Eduvigis se ve al fin liberada de todas sus miserias. Piensa en un acto de justicia para con Leontino y trata de imaginar el epitafio adecuado para su lápida.

En un primer momento piensa en "puto cabrón".

Pero al rato, con una sonrisa vencedora, le dice al marmolista:

-Ponga "Todo llega".

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