Sale el sol, el sol se pone.
Para mi hija Marina Paula Gabriela
Sale el sol, el sol se pone, corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena. Nada hay nuevo bajo el sol. (Eclesiastés)
En este instante del tiempo y en infinitos lugares del planeta hay millones de mujeres que están gestando o llevan ya en su seno una nueva vida. Y nada hay nuevo bajo el sol.
Y tú, Marinina, llevas tu vientre fecundado por entre las calles de Javia en la Madre Patria, España, muy lejos de los lugares donde vivió tu infancia y donde aprendiste a querer la vida; caminas por esos silencios infinitos que surgen de las caricias tiernas y de la mirada feliz de quien te ha hecho concebir ese ser nuevo, único e irrepetible que crece con el amor que los une y que ambos sienten a través de tu piel que se estira para contenerlo; caminas por esa felicidad que alegra a los futuros abuelas y abuelo; caminas por los fríos días de Diciembre sin dejar de atender con amor a tu hija Matilda que en Abril cumplirá 5 añitos y a tu esposo Sebastián y, además, cumpliendo con tus obligaciones laborales; en fin, transitas por los atardeceres iluminados con el afecto y la sonrisa de esos amigos que seguramente habrás cosechado allí y el recuerdo de los que dejaste en tu ciudad natal, La Plata. Y nada hay nuevo bajo el sol.
Y tú, Marinina, imaginas, como yo lo hacía cuando tú crecías en el seno de tu madre, cómo ha de ser la sangre de tu sangre cuando las nueve lunas hayan transcurrido; imaginas cada parte de su cuerpo y el color de su ojos y de sus cabellos; imaginas que tus dedos recorren sus pestañas incipientes y el contorno de sus labios húmedos; imaginas que cuentas los dedos de su manos y de sus pies; y, en fin, en la plácida intimidad de los dos, cuando sientes los reflejos de su vida en esas pataditas que te sobresaltan, imaginas tanto que hasta dibujas en el aire su sonrisa. Y tu mente viaja buscado con afán los recuerdos de tus primeros días y de tus juegos. Y nada hay nuevo bajo el sol.
Y tú, Marinina, cuidas tu cuerpo porque sin saberlo sabes que cuidas así a ese ser que crece dentro tuyo; cuidas que nada falte para el momento en que la luz y el aire de La Tierra comiencen a ser su nueva casa; cuidas con tu esposo cada pequeño detalle en el ámbito del hogar; en fin, cuidas que todos los avances de la ciencia médica estén al servicio de su bienestar. Y nada hay nuevo bajo el sol.
Y tú, Marinina, sientes que este atardecer lluvioso y triste ahora tiene el encanto del silencio apacible y te dice cosas hermosas que antes no habías escuchado; sientes que el sol que se acuesta en el horizonte ilumina objetos que antes no veías y tus ojos descubren una nueva policromía; sientes, al girar tu cabeza desde el mar hacia las colinas que hoy son tu espacio de vida, la compañía de los tilos, de los jacarandáes, de las calles, de las diagonales platenses, amplias y arboladas; sientes también la compañía y el amor de tu numerosa familia que te extraña; sientes con la luz del amanecer entrando a tu nuevo día el canto de pájaros distintos y hasta sientes los matices de sus trinos; sientes que las miradas son manos que te acarician y que las voces son las canciones de cuna que poblaron tu infancia de llanuras, de montañas y de mares en nuestro maravilloso y pródigo país. Y nada hay nuevo bajo el sol.
En fin, Marinina, sientes que el sol en el cenit dibuja una nueva sombra de tu cuerpo que cada instante es otro cuerpo.
Y todo es nuevo bajo el sol.
Sí, todo es nuevo bajo el sol.
Simplemente porque vas a ser otra vez mamá.
Jesús Matías Filomeno Ocampo
La Plata, Buenos Aires, Argentina
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