Romper el hechizo
Debería ser ocioso recordar la necesidad de conciliar nuestro bienestar con la conservación de la naturaleza. Constituyen un objetivo indisoluble. Esta necesidad debe convertirse en principio clave que bajo criterios racionales guíe nuestras decisiones y las de quienes nos representan. Que los habitantes del medio rural deben ser partícipes de este objetivo es propio de un estado de derecho. Ahora bien, distinto es ser partícipe a ser artífice y menos aún, tener la última palabra. La protección de la naturaleza es asunto de interés general y un derecho. Somos todos los ciudadanos los que debemos decidir que se hace con nuestros impuestos. Los efectos de nuestras acciones y decisiones perduran, son globales, no locales. Frente a esto, poco importan las convenciones políticas y administrativas y la patria de campanario defendida por algunos. El orgullo y las emociones nublan el juicio. Somos responsables del bienestar de futuras generaciones y del daño causado a la naturaleza.
La ausencia de mayorías en ayuntamientos y cámaras de representación elevan, más si cabe, el nivel de demagogia, azote de nuestra vida política junto con la corrupción. Asoman los prejuicios e intereses espurios de ciertos sectores del medio rural a la par que se pone en evidencia la incapacidad, los falsos argumentos y concesiones de los políticos para ganar su favor en una interminable y esquizofrénica campaña electoral. Es un fenómeno ideológicamente transversal. Mientras pocos dudan del efecto negativo que sobre el medio ambiente ha tenido la industrialización y urbanismo en la era moderna, son más a quienes hipócritamente cuesta ver el que durante siglos hasta hoy, han producido las sociedades agroganaderas.
Tras una hechizante palabrería con barniz pseudocientífico se perpetra una estafa intelectual que trata de justificar que la tradición y la actividad agroganadera no sólo no afecta a la conservación de la naturaleza, sino que es su necesaria consecuencia. Naturaleza que identifican con territorio susceptible de explotarse y transformarse como si únicamente fuese mercancía. Paralelamente se retrocede y desmantelan irresponsablemente políticas de conservación. Una retórica grandilocuente y atractiva retrata convenientemente y carga de falsas razones al habitante del campo como víctima de los cambios económicos y tecnológicos modernos, al tiempo que le redime de cualquier responsabilidad por el deterioro ambiental. Argumentos falsos y farisaicos, pues todos somos responsables de dichos cambios.
Un vistazo al pasado nos da una imagen muy distinta de la romántica visión de gurús, burócratas e interventores. Su ceguera les impide ver que, casi siempre, la mejor forma de proteger la Naturaleza es dejarla en paz. El terrible recordatorio de la desaparición de bosques debido al uso del fuego como herramienta que ha condenado a laderas de muchos montes a una erosión brutal y baja productividad biológica y la persecución hasta casi su exterminio de los grandes carnívoros o alimañas como el oso debieran ser ejemplo, entre tantos, para echar por tierra un discurso trufado de prejuicios.
Doctrinaria y acríticamente se lanzan y aceptan mensajes embotellados, usando ubicuamente o distorsionando conceptos científicos bien confirmados, haciendo contrabando y convirtiéndolos en moneda falsa, por ej. ecosistema silvopastoril, producto ecológico, biodiversidad... Por abracadabra se usa infaliblemente términos como sostenible, desarrollo rural etc. Se confunde conservar con intervenir como si fuera sinónimo. Se revisa la historia y la tradición cuando conviene. Tradición que no se sabe dónde empieza y dónde acaba. Se valora el impacto ambiental por aclamación y se declaran compatibles actuaciones que profanan con cemento y tubo de escape los pocos parajes conservados y salvajes que quedan. Se promueven eventos multitudinarios en espacios protegidos, carreras, etc. Se modifican leyes para que el ganado paste en zonas incendiadas. Se saquean montes calcinados en una decadente espiral que permite al mismo tiempo subvencionar pastos, cortar y comerciar con la madera quemada (ver Allande, Cangas del Narcea...). Se apalanca económicamente al sector agroganadero otorgando subvenciones públicas por aluvión, sin hacer distinción. Se propone empoderar a los vecinos de los pueblos dejando en sus manos la gestión de montes. Poder que no garantiza que caigan en malas manos, antes bien, es poder lo que buscan avaros e insensatos. La temporada de caza se alarga más que nunca. Se llega a afirmar que ser cazador es ser ecologista. Para los cazadores la caza, para los pescadores el río y así sucesivamente. En el colmo de la incoherencia o víctima de esta charlatanería, hay quien jubilado de la mina, caza, pesca, atiende vacas y dice ser ecologista, pero los insulta. Todo vale según los principios de Groucho, no se renuncia a nada, pura desmesura.
Anacrónicamente se minusvalora la explicación científica mientras se ensalza como mejor y a veces única fuente de conocimiento a la cultura y tradición ancestral utilizada en las faenas del campo. Dicha cultura, más útil que explicativa, no siempre es conmensurable con la ciencia. La cultura ancestral no profundiza en la explicación de los fenómenos naturales como hace la ciencia. Estas circunstancias contribuyen a extender la creencia de que el habitante del campo posee cuanta formación necesita. La explicación científica se basa en la formación y esfuerzo académico. Desgraciadamente, esta formación dista de estar generalizada en el medio rural y resto de la sociedad. La educación, cultura y divulgación científica es un pilar básico en una sociedad avanzada. Estamos muy lejos del ideal de la sociedad del conocimiento. La ciencia no se detiene mientras que la tradición puede ejercer una acción paralizadora en la resolución de nuestros más graves problemas. En la racionalidad y buen uso de la ciencia está la mejor baza para proteger la naturaleza. Pese a todo, se defiende sin discusión el acervo cultural tradicional por venir de nuestros antepasados, cuando lo cierto es que algunas costumbres, póngaseles la música que se quiera, habrá que recordarlas para no volver a usarlas. Falaz historicismo el de aquellos que predican que todo pasado fue mejor. El incuestionable valor etnográfico de nuestro pasado no debe impedirnos ver sus defectos y limitaciones.
Al defender estas tesis, los políticos, los burócratas y gurús que los acompañan muestran su talla intelectual y falta de ética para afrontar sus responsabilidades. Disponen de información y conocimiento a su alcance. No hay disculpa.
En el fondo subyace un viejo problema que muchos ni logran superar ni entender y que ya planteó Hume primero, y después Moore. La falacia naturalista. Nuestra perspectiva de la naturaleza se halla condicionada por nuestros intereses y no somos capaces de distinguir entre aquello que consideramos útil o valioso y lo que la naturaleza es. Confundimos juicios de valor con juicios de hecho. Erróneo razonamiento que debemos evitar y que puede acarrearnos un futuro desolador.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

