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El Ferreiro tiene bien merecido salir por la puerta grande

12 de Febrero del 2010 - Quinita Rodríguez Pérez y Alejandro García Díaz (San Clodio (Lugo))

Hace ya muchos años... en los últimos días de agosto de 1962, llegamos a Grandas de Salime, bello pueblo, acogedor y entrañable. Allí pasamos los 37 años más felices de nuestra vida.

En el Café Jaime, una institución en Grandas, inolvidable café, su dueño, Jaime, excelente persona, hoy por desgracia ya no está entre nosotros, pero perdura y honran su memoria sus hijos Miguel y Ana, nos presentó a un jovencísimo Pepe. Pasaron unos días y al tener unas conversaciones con él dijimos: «Este chico es un iluso, no se cómo le irá en la vida».

Pepe ya había empezado a buscar esas reliquias que hoy están en el museo. Cuando nos las enseñaba todas «enfurruxadas», como decimos los gallegos, seguía pensando yo «pero, ¿éstas serán algún día joyas del museo?». Pues sí, lo fueron para su satisfacción y de todos los que lo visitamos, y allí están después de horas y horas de desvelo que le llevó prepararlas.

Transcurre el tiempo, Pepe se casa y forma su hogar en Grandas, van llegando sus hijos…, pero para Pepe el sueño del museo sigue siendo primordial en su vida.

Los que tenemos el privilegio de vivir en un pueblo y en los atardeceres recorrer sus rincones, una de esas tardes, llegamos al taller de Benigno, su padre, gran hombre, con quien trabajaba Pepe, como tiene manos de artista, no recuerdo ahora lo que le llevaba para que nos hiciera, al preguntarle por él cariñosamente nos contestó su padre: «Sólo piensa en el museo, abandona todo sin recibir nada a cambio». Para él nunca tuvo valor el dinero, después de trabajar horas y horas sigue viviendo en una sencilla casa alquilada y ¿qué coche tiene Pepe? Sólo recuerdo aquel destartalado con carrocería de plástico, teniendo que empujarlo muchas, muchas veces para que siguiera andando por las «corredoiras» de aquellas tierras.

Van pasando los días y nuestras charlas son más frecuentes. En una ocasión, no recuerdo cuál era el tema, pero el final suyo fue decirnos que no debían de existir los relojes. Y tenía razón. Para él casi no existían: eran contadas las veces que llegaba a su hora a comer a casa, a cenar casi nunca y si lo hacía regresaba a trabajar en su «proyecto museo» hasta altas horas de la madrugada o viniendo de los pueblos después de recorrer kilómetros y kilómetros buscando esas piezas que tanto admiran y valoran los visitantes y visitantes ilustres. En el libro del museo están reflejadas sus opiniones.

Eres un gran hombre, Pepe, grande en el fondo, sencillo en la forma, las características que atesoran a las personas de tu dimensión. Eres grande en nobleza, en tu integridad, en tu cultura, en tu amistad, en tu amor..., al mismo tiempo sencillo en apariencia, en el trato en tu vida personal.

Estamos muy orgullosos los que tenemos la suerte de contar con tu amistad por tu gran valor humano. Eres un gran trabajador, fiel a tu compromiso, con generosa entrega, aportando siempre grandes dosis de experiencia a ese proyecto que llevaste a una realidad, que ahí está y en el que soñaste siempre desde que te conocimos.

No queremos terminar sin dedicarle un recuerdo a Olga, tu mujer, siempre a tu lado, arropándote con paciencia. Gracias, Olga.

Rogamos y pedimos a las autoridades competentes, y con el corazón en la mano, revisen estas circunstancias, no teniendo en cuenta ciertas respuestas de Pepe, propias de su carácter, pero no de su bondad. Se lo ruego.

Pepe tiene bien merecido salir por la puerta grande de «Su Museo», donde dejó su vida, y el pueblo de Grandas, al que tanto prestigia, en su día se lo agradecerá con un «gran homenaje» y en el sitio más noble de su querido pueblo tenga un recuerdo que perdure en su memoria.

Ésta fue tu gran obra, nuestro queridísimo Pepe.

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