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A Misael F. Porrón, ausente

14 de Marzo del 2018 - Sixto Fernández Porrón (La Fresneda)

Querido hermano y amigo, hoy que los desbocados sentimientos se empiezan a serenar con el paso de los días, quiero hacerte llegar algo de lo ocurrido desde que decidiste dejarnos agobiado por tu terrible enfermedad. No te puedes imaginar la cantidad de familiares, amigos, conocidos y ciudadanos en general que acudieron a decirte adiós, a intentar consolar a todos los que te queríamos, a convertir en homenaje ese trago tan terrible, y a la vez normal, de perder un familiar.

Mientras los recibíamos, pasó por mi cabeza toda una revisión de nuestra vida en común, todo cuanto te costó llegar a ser un ciudadano preocupado por los demás, que iniciaste con tu vocación de enseñanza. Decidiste abandonar la tradición familiar de los mineros, desde los bisabuelos, seguramente ayudado con la impresión que te causó aquella visita a la mina, de aquella conversación que tuvimos al salir, en la que, cuando te pregunté tu parecer, me dijiste: "Conozco oficios mejores", y tenías razón. A los diez y nueve años, en Zureda, iniciaste tu verdadera vocación, la docencia, tratando que los demás tuvieran mejores armas para enfrentarse a la vida y eso fue tu verdadera pasión en cada paso que diste en el futuro.

En la calle Pravia, en Mieres, te opusiste a la instalación de un surtidor de gasolina que quisieron imponer al vecindario y, como necesitabas apoyos suficientes, lo conseguiste poniéndote al frente de la Asociación Vecinal del barrio de San Pedro. Fueron años de lucha reivindicativa y de logros interesantes, con mejoras en instalaciones y múltiples actividades. Esa labor fue el origen del ofrecimiento que te hicieron para participar en las elecciones municipales del año 1987, donde ejerciste como concejal de Cultura y Deportes, con fuerte polémica en la gestión, ante exigencias de colectivos que por capacidades económicas municipales no se podían asumir en su totalidad. Tu aguante mental y físico lo sufrió como una pequeña enfermedad, largamente padecida.

Después de otros cuatro años como maestro, nunca perdiste esa labor, te ofrecieron intentar ser alcalde de tu querido Mieres y, aunque por la mínima, lo conseguiste y fuiste capaz a gestionar un concejo en retroceso, con un inicio brutal, la tragedia del Pozo San Nicolás, que llegó a conseguir que las lágrimas asomaran en tus ojos, con una reacción inolvidable que se convirtió en ese Monumento al Minero, plantado en el Campus actual, en el que contaste como colaborador principal a otro mierense inolvidable, Faustino F. Álvarez. Luego, con tantas noches en blanco con el proyecto Campus, se logró algo que parecía imposible, dotar a Mieres de un edificio que es una envidia de muchos y al que los actuales responsables locales y provinciales han de procurar sacar el máximo rendimiento. Esa inauguración fue uno de los instantes más emotivos de tus mandatos, porque permitía proyectar tu vocación pedagógica a tantos alumnos como fuesen capaces de captar sus gestores. Y estoy seguro que cada día que pasabas ante su fachada, como lo hiciste durante tu penosa enfermedad, un gesto de orgullo te hacía levantar la cabeza, como reafirmación de las cosas bien hechas. Ocho años duros de alcaldía, con tiempos de retroceso económico, hicieron que sintieses impotencia ante tantas necesidades municipales y eso se transformase en canas, basta ver tus fotos al principio y al final de los mandatos, tomando la decisión, de acuerdo con los responsables políticos de tu partido, de volver a la enseñanza.

Cuatro años más tarde, el ofrecimiento del Presidente del Principado, Vicente A. Areces, te hace aceptar ilusionado la Dirección General de Deportes. Tu faceta deportiva como portero juvenil de balonmano, aficionado al futbol y al ciclismo, andarín constante y enamorado de la actividad física, ayudó a poner toda la ilusión personal en esas responsabilidades. No te sentiste defraudado ni defraudaste en la inmensa mayoría de las gestiones y siempre mostraste con satisfacción las fotos de momentos inolvidables, finales de etapa, partidos de futbol o campeonatos en la nieve. Y poco después llegó la jubilación, con una edad aún perfecta para seguir viviendo con gran actividad. Y lo hiciste, sembrando la huerta, faceta que desconocen muchos de tus conocidos, haciendo de pintor doméstico y disfrutando de la vida en el camping siempre que podías, tu otra pasión.

Pero todo se había de interrumpir brutalmente con la aparición de esa enfermedad maldita, la ELA, desconocida, incurable, degenerativa e implacable, a la que te enfrentaste con el coraje de un valiente, siendo más fuerte que cuantos te rodeamos en cada momento. Y esa fortaleza la demostraste en los momentos más duros, con pleno conocimiento hasta los últimos instantes, tomando tú la decisión final con una entereza que nos hizo tener un gran nudo en la garganta a cuantos la contemplamos directamente. Y tu generosidad no se quedó ahí, pues cuanto los doctores solicitaron para tratar de encontrar remedio a ese mal, se les entregó sin dudarlo.

Ahora, desde la cima en la tus cenizas fueron arrastradas por el viento, puedes contemplar a La Faidosa, el pueblo que te vio nacer; a Copián, donde encontraste a la mujer de tu vida; a La Meruxega, en la que reposan las cenizas de nuestro padre; a Mieres, donde nacieron tus hijos, viviste y luchaste por su mejora hasta donde llegaron tus fuerzas y conocimientos; desde ahí podrás ver a cuantos desees pues ya eres un espíritu libre.

Y como no puedo olvidar que, a pesar de nuestras muy buenas relaciones fraternales, tuvimos discrepancias y distintos criterios con frecuencia, te advierto de que estoy dispuesto a modificar el título del escrito, con el que no estarías de acuerdo, y yo tampoco, pero lo puse, como te hacía siempre, por provocar. Para mí, para toda la familia, para todos nosotros, siempre estarás presente. Un abrazo.

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