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Pensiones: un asunto en el candelero

15 de Marzo del 2018 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

Están estos últimos días, y con mucha razón, los ánimos de los pensionistas realmente alterados, haciendo "casus belli" con sus continuas y multitudinarias manifestaciones a lo largo y ancho de nuestro suelo patrio, reivindicando una actualización digna de sus pensiones que les permita, cuanto menos, seguir manteniendo su poder adquisitivo, y rechazando la "amable" carta que han recibido del Ministerio de Empleo y Seguridad Social en la que les comunican que el incremento de su pensión para el año 2018 será del 0,25 %.

Al hilo de lo anterior, amén de la cobertura que a todo esto le han dado, y siguen dando, los distintos medios de comunicación, son muchas las cartas que a este respecto ha publicado el diario LA NUEVA ESPAÑA, dentro de la sección que reserva para los lectores, en las que cada uno expresa su opinión sobre este tema, con sus propios datos y argumentos, haciendo pública manifestación de su particular punto de vista.

Con independencia de estar de acuerdo o no con el contenido de las cartas anteriormente mencionadas, no es mi intención ni la de reafirmarme ni la de rebatir ninguna de las opiniones manifestadas en las mismas, dado que, por ser un asunto ya ampliamente debatido, no creo que, a estas alturas, se pueda aportar nada que ya no sea amplia y generalmente conocido. Lo que sí quería expresar es mi absoluta perplejidad por la que considero un poco ateperetada opinión de un conocido usuario de la Sección de cartas, quien, en la edición del pasado lunes, 5 de marzo, dice que: "En lugar de manifestarnos en petición de revalorización más alta de las pensiones, creo que sería más justo por nuestra parte, exigir mejor reparto de las mismas, en el sentido de cerrar en lo posible el abanico de las mismas. No puede ser que haya tantos que cobren la pensión máxima (2.580,13, este año) frente a tanto desafortunado que tiene que mal vivir con 400 (sic). Ante este, en mi modesta opinión, despropósito, quisiera exponer lo siguiente:

1).- Las pensiones son del trabajador, no del Estado. Quien cobra la pensión máxima no recibe ningún regalo. Simplemente ha cotizado muchos años en la "Base máxima" y, como consecuencia, tiene el derecho de recibir una prestación acorde con su contribución. Creo que es entendible y no discutible.

2).- Nadie, en su sano juicio, puede creer que la solución a las pensiones pase por reducir la prestación a la que tiene derecho un cotizante de base máxima, para aumentarla a quien haya cotizado en la base mínima, o, lo que sería más sangrante, a quien no hubiera cotizado nunca. Ni sería lógico, ni, mucho menos, sería justo.

3).- El problema de las pensiones tiene que ser resuelto desde los poderes del Estado en base a una reforma racional y justa de las mismas, no a parches, que contemple la realidad demográfica del momento y su posible evolución, buscando las fuentes de financiación adecuadas que puedan paliar los adversos efectos del vigente sistema de reparto, negativo en la actual inversión de la pirámide de población y con grandes posibilidades de agravarse en el futuro.

4).- En una sociedad que se autodenomina avanzada siempre hay que tender a igualar por arriba, nunca por abajo. Habrá que instrumentar los medios necesarios para que los menos favorecidos se puedan ir acercando a los más agraciados, siempre y cuando los primeros hagan todo lo que esté en su mano para conseguirlo, recibiendo la ayuda necesaria para ello. Regalar sin méritos es fomentar la vagancia, la inacción y la pérdida de iniciativa, algo que iría en sentido contrario a los objetivos que se pretenden conseguir, y, como consecuencia, agravaría el problema en lugar de resolverlo.

Entre las muchas opiniones y consideraciones que sobre el problema de las pensiones se han publicado, creo que el artículo firmado por el exministro José Manuel García-Margallo, bajo el epígrafe "El elefante dentro de la boa", que el periódico anteriormente citado incorpora en su edición del pasado 11 de marzo, pág. 34, señala de forma atinada, clara y concisa, el camino a seguir.

Me parece normal, razonable y hasta necesario, que todo el mundo pueda expresar libremente su opinión sobre este o cualquier otro tema, dado que ello es un derecho fundamental que consagra cualquier democracia; pero, en cualquier caso, de lo que hay que huir es de las ocurrencias: estas son, precisamente, las que nunca conducen a nada.

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