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UNA NOCHE EN EL TEATRO REAL CON AIDA

2 de Abril del 2018 - José María Pérez Rodríguez

“El amor de Aida por Radamès es una pasión espiritual. Radamès responde a esta pasión con el mismo tono; es por ello que no intenta evitar la muerte, ineludible si quiere alcanzar ese amor. La pasión de Amneris, al contrario, surge de la pura sensualidad.” (A. GOLÉA).

El pasado día 7 tuvo lugar la primera representación en el Teatro Real, de las 17 que tiene programadas en este mes, de la legendaria ópera "Aida" que, en palabras de Francesco Izzo (Director del Departamento de Música de la Universidad de Southampton), “si me presionaran para que les diera una respuesta, mi inclinación sería afirmar que la ópera par excellence, la obra que, como ninguna otra, refleja y moldea nuestra idea de lo que es la ópera, sería 'Aida' de Giuseppe Verdi”.

SUM: Una representación inolvidable de una obra maestra

En una época marcadamente materialista, en la que el positivismo filosófico, los éxitos científicos, los movimientos sociales de raíz socialista, el realismo y el naturalismo en las bellas artes y en la literatura resumían el signo de los nuevos tiempos, "Aida" surge como un vestigio del último romanticismo. Este aliento de otra época estaba, sin embargo, perfectamente compensado por la elección del espacio histórico de la acción dramática: el Egipto de los faraones, cuya fascinación cotizaba al alza. La coincidencia de su composición con el descubrimiento arqueológico de la civilización faraónica favoreció la obsesión de que el Egipto de Aida debía ser tan fidedigno como fuera posible. Aquel espacio del drama que para los románticos tenía un valor instrumental –era el espejo en el que se expresaba la emoción- acabó convirtiéndose en el objetivo mismo de la representación, que llegó a calificarse de “disparate”, del que el propio Verdi “se contagió”, ordenando construir las trompetas para la marcha triunfal del segundo acto, instrumentos largos y rectos de estridente sonido, tan alejados de las trompetas habituales de las orquestas del siglo XIX.

"Aida" es, sin duda, una obra maestra. Es por un lado un referente del catálogo verdiano y al mismo tiempo una muestra preclara de esa madurez esplendorosa que había alcanzado el soberbio músico de Le Roncole a los casi sesenta años de vida. Cuando en mayo de 1870 recibió una propuesta en francés de Du Locle, se sintió intrigado: “He leído el argumento egipcio. Está bien hecho; es espléndido en su puesta en escena y hay dos o tres situaciones, si no novísimas, ciertamente muy bellas”. Hasta aquel momento, Verdi se resistía a las ofertas del nuevo coliseo de ópera de El Cairo, que se había inaugurado el 1 de noviembre de 1869 con "Rigoletto", rechazando la invitación para asistir al estreno, pero seducido por el encargo, se aceptaron todas las excepcionales condiciones que puso en el contrato y su estreno tuvo lugar el 24 de diciembre de 1871 y fue, como era de esperar, un triunfo equiparable al extraordinario éxito de público italiano en alla Scala menos de dos meses después, el 8 de febrero de 1872.

"Aida" llegó al Teatro Real de Madrid el 12 de diciembre de 1874, (casi tres años justos después de su estreno en El Cairo), y aquella primera representación podemos decir que fue sin duda el acontecimiento social que había de dar más realce al nuevo periodo político que se instauraba en España: la Restauración borbónica, personificada en el Rey Alfonso XII, y tuvo tal repercusión que hasta ha quedado inmortalizado en “Cánovas”, el Episodio Nacional que Pérez Galdós dedicó a aquella época. Desde entonces, ha conocido en nuestro país más de 350 representaciones. Para Wieland Wagner, (el nieto de Richard Wagner que revolucionó la escenografía wagneriana), “Aida expone cómo el poder religioso, en su fanatismo inmisericorde, frena la libertad, la conciliación y el amor. Y es que, en su esencia, es una obra sobre un amor que es más poderoso que el odio entre los pueblos, el conflicto entre convicciones religiosas incompatibles, las diferencias sociales e incluso las traiciones. Un amor tan sólido como el muro que impide su consumación. Es un drama íntimo sobre un amor sacrificado a los intereses del poder… La grandeza de Verdi consiste en no integrar los dos planos individual y colectivo de la obra, sino en superponerlos…”.

La "Aida" que vimos y oímos en el Real, en homenaje al gran tenor Pedro Lavirgen, uno de los mejores intérpretes del rol de Radamés, y con un fortísimo aplauso para el recién fallecido maestro y director del teatro Jesús López Cobos, fue excepcional: sorprendente puesta en escena, grandes cuadros corales, refinados efectos orquestales y especialmente los dúos altamente conflictivos de los protagonistas donde el drama cobra vida, sobre todo en la escena final de la muerte, logran que "Aida" sea una auténtica obra de arte para todas las temporadas. Una noche inolvidable.

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