Miserables

23 de Marzo del 2018 - José M.ª Pérez Rodríguez

Releyendo estos volubles días en lo meteorológico una de las grandes novelas del siglo XIX, “Los miserables”, de Víctor Hugo, paradigma del romanticismo francés y que analiza la sociedad francesa de su época, para contrarrestar el aluvión de noticias espeluznantes que se producen a diario en nuestro sufrido país con las que los medios de comunicación escritos, visuales, audiovisuales y virtuales nos “machacan” las 24 horas del día, ciertamente se redescubre que la magistral crónica de la historia de Francia en la primera mitad del antepasado siglo, desde Waterloo hasta las barricadas de 1848, el genial autor buscó voluntariamente con su novela un género literario a la medida del ser humano y del mundo moderno. No en balde, concluye así: “…mientras haya en la tierra ignorancia y miseria, libros como éste podrían no ser inútiles.”

Pero aunque la idea general que se tiene en muchos casos es la de que ser “miserable” equivale a ser muy pobre (mísero), o que siente o causa desdicha, siendo un desgraciado o un infeliz, o que una persona se comporta con mezquindad, cicatería o infortunio, supuestos todos que inducen a la compasión o a la generosidad con ellas, los diccionarios de la RAE, Larousse o la propia Enciclopedia Británica, incluye una acepción de este adjetivo que hace referencia a la persona que se comporta con mala intención, con vileza, con ruindad respecto a sus congéneres. Y es cierto que cuando se escucha acusar a alguien de “miserable” se piensa que se trata de personas egoístas con su dinero o tacaños consigo mismos. Pero es más común atribuirlo a seres que son de bajos instintos y dañinos con su prójimo, que llegan a cometer actos de violencia moral o estructural hacia los más débiles, son abusadores, perversos y malvados, se burlan de los sentimientos ajenos y utilizan a las personas a su conveniencia e intereses, sin pensar en el daño que les ocasionan a los otros cuando los utilizan psicológicamente, y hasta políticamente, para lograr sus fines, dedicándose a mofarse de los sentimientos ajenos sin ningún remordimiento, practicando el engaño, la mentira y la falsedad…

Y empiezan a proliferar entre nosotros, de un tiempo a esta parte, en esta sociedad enferma en la que vivimos, personajes o personajillos de ambos sexos de esta catadura, de modo especial en el “mundo de la política”, pero no solo en éste. Son personas que saben que la crítica podría abrir un fecundo “espacio de diálogo”, siempre bajo el marchamo de lo “democrático”, para sus objetivos, y por eso se esfuerzan en permanecer en los lindes de la queja, que no es sino la expresión de su fascinante mente maestra para hallar siempre algo negativo en cualquier situación. Las quejas funcionan también como recordatorios frecuentes y valiosos que los demás estarán siempre dispuestos a escuchar de ti. Pensemos que no hay nada más atractivo que oír a alguien quejarse sobre la política, las pensiones, las condiciones laborales o sus relaciones de trabajo, siempre listos y dispuestos, a toque de silbato, para la manifestación pancartera, la ocupación violenta de la calle, las algaradas, la confrontación con las fuerzas de seguridad, etc., etc., utilizando en muchas ocasiones, venga o no a cuento, la satanización del pasado olvidando que éste fue en muchos casos el lugar de las oportunidades perdidas, desperdiciadas o ignoradas, cuando no malévolamente memoradas…

Y vienen estas lucubraciones a la mente pensando en recientes acontecimientos que ponen de manifiesto que hay muchas personas de estas características, algunas de muy significado nivel social. El vergonzoso espectáculo protagonizado por determinados y concretos dirigentes de partidos políticos vivido en el Congreso de los Diputados hace unas fechas, queriendo derogar del Código Penal la figura de la Prisión Permanente Revisable con el cuerpo aún caliente del cruelmente asesinado niño Gabriel Cruz, con España entera conmocionada por tan execrable crimen, dando la espalda a los padres de éste, a los de Diana Quer, de Mari Luz Cortés, de Marta del Castillo, de Ruth y José, y a los de tantos otros niños y jóvenes asesinados como alimañas, muestra hasta qué punto estos personajes están mucho más preocupados por la suerte de los canallas asesinos y violadores que por las víctimas inocentes y sus familias. Como en los tiempos de ETA. O los más recientes de la barbarie terrorista del 11 de marzo de 2004, todavía sin esclarecer. Pero ¡ni una sola manifestación de las feministas/antimachistas contra Ana Julia Quezada ni contra otras desalmadas mujeres que arrojan a la basura a sus propios hijos…!

Si D. Pablo Iglesias Posse fundador del PSOE y la UGT, con su respetable ideología y marcada personalidad hubiera imaginado que muchos de sus actuales pupilos se alían, coaligan y van juntos del brazo con D. Pablo Iglesias Turrión, preclaro “demócrata” antisistema, asesor de dictaduras y acusador a la Policía de matar a los manteros, volvería sin duda al Congreso a repetir algunas de sus apocalípticas frases. Y la vida sigue.

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