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En defensa del toro y del niño torero

27 de Febrero del 2010 - Francisco Javier Prieto Gancedo (Corvera)

Dice Hannah Arendt que llama más la atención desde el punto de vista psicológico la manera en que los nazis destruyeron la dignidad y la humildad de los judíos, entre otros, que la propia aniquilación física de éstos, haciendo de un pueblo inteligente y trabajador un hatajo de zombis deambulando por los campos de concentración a la espera de la muerte; una prueba de esto es que el pogromo terminó con la liberación de los campos, pero las muertes de las personas que en ellos habitaban siguió en forma de suicidios después de obtenida la libertad y reiniciada una nueva vida.

Los judíos eran aniquilados dos veces, primero lo era su alma y luego su cuerpo, y la sociedad de la época, la alemana, la europea y la americana se hizo la despistada y miró hacia otro lado, como dice el profesor Ferrán Gallego, reconocida autoridad en la materia, «el horror llegó a ser algo banal».

En los tiempos que corren, y aquí, en esta Hispania, que decían los fenicios, también tendemos a trivializar el mal. El último episodio es una noticia aparecida en los medios en la que Michelito, el niño torero, fue cogido dos veces por un toro en Colombia y en la que se dice que en España se abre el debate sobre si esto es ético o no.

Imagínense el cuadro, en Colombia, por ejemplo, un niño de doce años ante un astado de 350 kilos; el zagal en cuestión entra a matar, el toro lo encuerna y lo voltea, su padre salta al ruedo, el bicho lo encuerna también, el crío es evacuado de allí rápidamente a la enfermería, el público grita despavorido... Alucinante.

En un país donde a los mismos que permiten eso les dimos las del pulpo y algunas más hace 500 años y ahora son muchos de sus jóvenes los que se baten el cobre por España en esa guerra que no es guerra; y con un par...

En un país donde la justicia rebaja la pena a un energúmeno que dejó en una silla de ruedas a su mujer de una paliza porque «no actuó con alevosía».

En un país donde se tiran pavos desde un campanario (hasta hace poco se tiraban cabras, vamos mejorando, lo digo por lo de las alas, ya me entienden).

En fin, en un país donde hay tantos grupos pro-vida, tantos defensores de los derechos del menor, aunque en algunos casos sean peores que el comandante en jefe de Auschwitz, oséase, en España, no sólo nadie levanta un dedo, sino que todavía hay que iniciar un debate sobre este asunto.

Es peligroso mirar hacia otro lado ante aberraciones de este calibre; es lo que nos faltaba, debatir sobre la posible inmoralidad de exponer a un niño ante una bestia armada para deleite del respetable. Así nos va.

Lo cómico de toda esta paranoia es que los antitaurinos, entre los que no me cuesta ningún trabajo incluirme, en el futuro vamos a tener que redoblar esfuerzos; aparte de defender al toro, convidado de piedra inicial y torturado hasta la muerte al final de la faena, triste faena y con olor a muerte (el mismo olor del desierto de Afganistán y el mismo olor de un campo de concentración nazi), tendremos que defender también a los niños. Ver para creer.

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