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ELOGIO A LA CRÍTICA

29 de Marzo del 2018 - José Antonio Coppen Fernández

Para iniciar estas reflexiones, nada mejor que afirmar lo siguiente: no hay nada tan perfecto que no se preste a crítica. Si el humor es la mejor higiene mental y su mejor ejercicio escribir, la crítica en su sentido más amplio, es su fuente inspiradora de la distinción y de la selección para juzgar la verdad, y la belleza de las cosas o cualquier otra de sus cualidades. Común a todas las personas como cualidad primaria de la inteligencia, la crítica se aplica a todo objeto del conocimiento, con la calificación favorable o desfavorable. Ahuyentamos del propósito de este comentario cualquier connotación que pueda despedir el más mínimo tufillo de la crítica demagógica, generalmente demoledora, y aquella que emana de la envidia. Una y otra, reciben nuestro más absoluto desprecio.

Sin darnos cuenta, tal vez una de las prácticas que más haya beneficiado a la humanidad, sea la crítica. Es decir, el juicio que los demás emitan sobre nuestros actos y actitudes. Salvo raras excepciones, desde la simple condición de ciudadanos, y no digamos desde cargos públicos, preocupa la repercusión de nuestras acciones. Preocupa o debiera de preocupar hechos que puedan tener eco ante la comunidad vecinal, religiosa, en la relación laboral, incluso, por qué no decirlo, en el seno familiar. Y, en definitiva, ante la sociedad en general. Se critica en el Parlamento, en el seno de las corporaciones municipales y no es bueno inhibirse cuando las circunstancias lo requieren. Ahora bien, la crítica ha de estar debidamente fundamentada y ejercerla con respeto y sentido común. La de criticar por criticar, la de poner trabas por incordiar, tienen todas connotaciones negativas y por tanto hay que rechazarlas de plano.

En los ambientes generales y círculos más reducidos que conforman el conjunto de la sociedad, el qué dirán, el qué idea formarán de mí o de nosotros, cuando se trata de los representantes de instituciones que acogida tendrá ésta o aquélla medida, qué reacción suscitará nuestra actitud, ese temor o respeto al juicio de la voz popular, produce una especie de filtro que impide o debería impedir a sus responsables la toma de decisiones contra natura, contra la gran mayoría en beneficio de las minorías. Parece como si se hubiera promulgado una especie de ley natural que, salvo honrosas excepciones, cuando el ser humano alcanza puestos más o menos relevantes de pronto percibe una especial debilidad en favor de las minorías, que suele despertar en aquellos una mayor atracción.

La crítica, en definitiva, tiene sus más fervientes detractores en personas cuyos grupos o colectivos que forman parte de instituciones que deberían aceptar de mejor grado el juicio popular. No saben que la crítica puede, en realidad, resultar necesaria para nuestro crecimiento. Sin embargo, la ignorancia, en ocasiones, no les permite apreciar su bien. Su soberbia les impide admitirla como algo muy humano y racional. El mal subyace en la falta de humildad. Van por la vida de don Perfecto. Nadie está en condiciones de refutarles sus acciones u opiniones. Es tal su ignorancia sobre el juego de la vida que todavía no se han percatado que el más inútil de los hombres es aquel que nunca fue criticado ni elogiado. Los hombres podrían clasificarse en dos grupos: los inteligentes, que admiten la crítica, y los otros. El hombre de talento es naturalmente inclinado a la crítica porque ve más cosas que los otros hombres y las ve mejor. En palabras de Nieto Alcalá-Zamora “aquel a quien irrita la crítica, más la merece y necesita; al que la tolera, no le daña”.

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