Libertad y verdad
La mejor definición que he escuchado y leído sobre la libertad humana ha sido de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, desde la primera vez que leí y después tuve ocasión de escuchar: “Rechazad el engaño de los que se conforman con un triste vocerío: ¡libertad, libertad! Muchas veces, en ese mismo clamor se esconde una trágica servidumbre: porque la elección que prefiere el error no libera; el único que libera es Cristo, ya que sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida”. (S. Josemaría. Amigos de Dios). Posteriormente, el tiempo fue reafirmándome en la gran verdad que se contenía en esta frase. El grito de “libertad” llenaba calles, asambleas, discursos eslóganes y hasta conciencias, creando un ambiente tan ficticio como vacío de contenido: todo bajo el grito tan supuestamente revolucionario de “gritad libertad”.
Muchos que en aquellos años éramos fácilmente moldeables (hoy ocurre igual) caímos en el error de esa utopía al comprobar que sólo era un “grito”. Que nadie nos respondía para qué queríamos libertad, ni en nombre de quién, ni con qué fin. Así es que los tumbos y vaivenes por los que algunos recorrimos durante unos años nos dejaron peor que estábamos anteriormente.
Las dudas no se nos despejaban. La libertad, que no era más que el “hacer lo que nos diera la gana” (igual que ahora), tenía muy corto recorrido y no despejaba ninguna incógnita a la que uno se enfrentaba a medida que la madurez biológica se iba acrecentando. Pero como San Pablo, muchos caímos del caballo, algunos con más fortuna que otros, pues las lesiones –no físicas– producto de la caída fueron distintas. De ahí que algunos aún no se haya repuesto de ellas.
En ese estado de confusión cuasi liberticida, ni éramos felices nosotros, y lo que fue peor, arrastrábamos a esa infelicidad a quienes nos rodeaban. Por ello, quienes pudimos levantarnos de esa caída del caballo como posibilidad de recuperación decidimos ver qué había tras las puertas de esas iglesias que parecían algo tétrico. Personalmente, en la primera que entré, tras la caída, leí “La verdad os hará libres”. Y esa frase me hizo pensar ¿libre? A partir de ese momento, empezó mi búsqueda de la verdad. Por eso hoy las palabras del fundador del Opus Dei:
“...Hay que respetar las legítimas ansias de verdad: el hombre tiene obligación grave de buscar al Señor, de conocerle y de adorarle, pero nadie en la tierra debe permitirse imponer al prójimo la práctica de una fe de la que carece; lo mismo que nadie puede arrogarse el derecho de hacer daño al que la ha recibido de Dios”.
Siguen estando de rabiosa actualidad, pues la verdad no caduca con el tiempo. Sólo hay que tener la libertad para buscarla, coraje para defenderla y generosidad para enseñarla.
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