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La otra mitad de Haití

11 de Febrero del 2010 - Matías Vallés

Las crónicas de Haití hablan de agua potable a tres euros el litro. Un precio exorbitante en la antigua perla de las Antillas, pero más barato que la cantidad pagada sin rechistar por millones de consumidores en los bares y restaurantes de la Unión Europea. “Es la economía, estúpido”, por reiterar el eslogan ideado por la campaña presidencial de Bill Clinton, un norteamericano que ha jugado un papel crucial en la historia haitiana. La miseria es la mayor onda expansiva del terremoto que sacudió al país más pobre de Occidente, cuyos habitantes han sido arrojados al pozo “de los mil millones sin fondos” –el término utilizado por los estudiosos del reparto de la riqueza– por los gobiernos dictatoriales de rigor.

En las aproximaciones barajadas hasta la fecha, el seísmo de Haití competirá en mortandad con la actividad sanguinaria de los tontons macoutes del doctor François Duvalier, el presidente elegido por un fraudulento sufragio universal bajo el que camuflaría la carnicería perpetrada, a mediados del siglo pasado, en la única república francófona de América. La vinculación con Francia es un antídoto para las leyendas negras escanciadas con tanta generosidad sobre el imperio español. Por no hablar del cuarto de siglo de dominación estadounidense, de 1911 a 1934, que ha convertido el reparto de responsabilidades sobre la situación del país caribeño en un tira y afloja entre París y Washington, con el ministro de Exteriores galo Bernard Kouchner rezongando porque el aeropuerto de la capital haitiana “es un anexo de Washington”.

Las dictaduras no atraen las catástrofes naturales –Somoza en Nicaragua–, pero agravan sus repercusiones. En Haití se investiga por primera vez el peso del urbanismo salvaje en el recuento de víctimas, la venganza de la naturaleza. Sólo el desgobierno de Puerto Príncipe explica que los cuatro ciclones que sacudieron a la isla hace dos años dejaran un millar de muertos, por sólo cuatro fallecidos en Cuba. La pedagogía de la tragedia es una ciencia inexacta, que arrincona el dolor para someterlo a leyes que transforman el cataclismo en una metáfora de las patologías sociales. Una vez más, el terremoto ha cabalgado a lomos de la maldición de la historia, encarnada en dictadores cuyos vástagos retozan en las geografías más privilegiadas del planeta. Son la otra mitad de Haití.

Subtítulo:Una parte muy importante del país caribeño reside en el extranjero

La repentina muerte de Duvalier elevó al poder a su hijo Bébé Doc, que aún no había cumplido veinte años. Su presidencia vitalicia se extendió durante apenas tres lustros, y se prolongó en un exilio dorado en París. Durante su mandato, una pareja de universitarios norteamericanos disfrutaron de su luna de miel en Haití. Se llamaban Bill y Hillary Clinton. El ex presidente norteamericano es el único político occidental que cree en la resurrección –el término reconstrucción carece de sentido– de la otra mitad de la isla de Santo Domingo. Durante su mandato, jugó un papel decisivo en la restitución en el poder del sacerdote secularizado Jean-Bertrand Aristide.

En honor de Bill Clinton, cabe reconocer que siempre desconfió de las intenciones de Aristide, y sólo la insistencia de sus asesores le impulsó a “poner las botas en el suelo” de los marines norteamericanos. La invasión fue motivada por los reportajes de apaleamientos que conmovieron al mundo. Por supuesto, el presidente depuesto no desmereció de los pecados de los Duvalier. Pronto impulsó su variante de los tontons macoutes, los crueles chimères.Tuvo que huir de Haití y refugiarse en Sudáfrica, con las habituales acusaciones de saqueo de las arcas públicas.

Haití contiene numerosas mitades. Otra de ellas también reside en el extranjero, y está formada por los licenciados universitarios que abandonaron el país depauperado en busca de la prosperidad.Ejemplifican el drenaje de cerebros o drain brain que constituye una secuela colonizadora a distancia, y que Bill Clinton pretende atajar. Finalmente los vuelos con destino a Puerto Príncipe que eran desviados por la saturación del aeropuerto aterrizaban en la otra mitad geográfica de?Haití, la República Dominicana. La dinastía corrupta de los Trujillo –y qué más añadir, después de La fiesta del chivo que justificaría por sí sola el Nobel a Vargas Llosa– fue aquí atemperada por Joaquín Balaguer, el ciego clarividente.

La República Dominicana es un dominio de los hoteleros españoles. Junto a los exclusivos resorts se alinean mansiones espectaculares, en un hermanamiento de apellidos tan rutilantes como Iglesias, Nadal, March, Escarrer o Barceló. El terremoto apenas si ha desperezado a la otra mitad de Haití, pero China y Rusia se congratulan de la intervención sin complejos de Estados Unidos. La introducción de Obama al unilateralismo allanará la invasión de enclaves limítrofes con otras potencias, bajo el pretexto de una intervención humanitaria. En cuanto al foco del seísmo, “de todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de Haití, porque termina mal”. Según se ve, le encajan a la perfección los versos que el hoy releído Jaime Gil de Biedma dedicó a España. Hay países en que lo peor siempre está por llegar.

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