Serenidad
Escribir es poner en el mundo y explicarlo, hallar asideros. Impera lo desaborido y banal. La vida, aún con sus momentos duros y tribulaciones, es don y tesoro que debería llenar de llamaradas de gratitud al corazón consciente. Nos han inculcado que lo relevante es únicamente lo mensurable y material, las estructuras impersonales que abruman por su peso e influencia, las grandes palabras sin ejemplos creíbles, desconectadas de cómo vive el común de los mortales. Lejos de ser un escéptico de hiel estimo que el bienestar tiene también mucho de “darse cuenta”, de suma atención y mimo por lo pequeño y cotidiano, de vivencia apacible de lo sencillo, cercano. Todos queremos más y más en una brillante sociedad de mercado que genera mucha insatisfacción. Echamos la culpa de todo al entorno y a los demás, pero son contados los seres con autodominio, personas que han tomado las riendas de sus vísceras, emociones y pensamientos cual Auriga de Delfos: para apaciguarse un poco, comprender hasta el tuétano, cerciorarse de que nuestra grandeza viene de la serenidad y la discreción, de unas relaciones humanas armónicas y humanizadoras. Yo ya pertenezco a una generación algo ahíta. A una generación del pop de los “Smiths” y “Radio Futura”, de vídeos y crónicas de Superhéroes Marvel, cuando la globalización ya estaba en ciernes de una España que quería dejar atrás estampas grises, ser “movida” y Europa. Lo importante es que las palabras vayan de la mano de las obras, frente a tanta ideología de puro espejismo y escaparate. Lo que permanece es el trato diario con la gente, los afectos arraigados, los valores sin doblez, pues la sociedad actual suele abusar del simulacro y los teatrillos, aunque tenga claros rasgos democráticos. Usar y tirar, encerrarse en circulitos virtuales o de tribu, acaparar y no compartir, vivir en el pasado o en el futuro fantasmal son acciones muy habituales. El sarcasmo y el malhumor son venenosos, todo se llega a antojar estéril o poco cosa. Es preciso reencantar el mundo, ver la humanidad en los ojos del que nos resbala. Es momento de rendir homenaje a las personas resilientes, simpáticas y comprometidas. Varios hurras por aquellos que son “sal de la tierra” y no siembran sino amor.
José Luis López Tamargo
Oviedo
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